Debo reconocer que estas palabras las escribo desde mi privilegio, uno en el que nunca he sido segregado, rechazado ni violentado por vivir mi orientación sexual abierta y libremente, pero reconociendo que lamentablemente esta no es la norma y no todos viven para contarlo.

Tuve la fortuna de crecer en un hogar en el que mi voz siempre se escuchó y mis sentimientos fueron validados. Sabía que era distinto al resto de los niños, pero mi familia siempre celebró y enalteció mi esencia. Más tarde asistí a un colegio en el que, estando en prepa me enamoré por primera vez de un hombre y tocó “salir del clóset”. Nunca olvidaré aquel día que cumplía 17 años, cuando todos me miraban y yo juraba que era porque era mi cumpleaños; resultó ser que se habían enterado de lo mío con otro hombre. Sin embargo y aún estando frente a una multitud de adolescentes dispuestos a violentar, la respuesta general fue muy positiva. Hasta los maestros promovieron un entorno de respeto. Hoy lo agradezco tanto, pues la realidad es que en ese entonces yo era muy inseguro y reservado, y no sé qué hubiera hecho si la respuesta por parte de mi entorno hubiera sido otra.
Tampoco digo que haya sido del todo fácil, pues así como yo viví un proceso, la gente cercana a mí pasó por lo propio, pero confirmo que fue desde el privilegio de no ser segregado, rechazado ni violentado, sino desde uno en el que fui aceptado y respetado.
Y siempre lo he dicho, yo no me considero y no me atrevería a decir que soy un vocero de la comunidad, tampoco soy el agente de cambio que el colectivo espera, sin embargo, desde mi lugar abro el diálogo hacia uno de mayor información, respeto y entendimiento.
Y es que ser parte de la comunidad LGBTTTIQ+ es pertenecer a un sector de la población que desde siempre ha vivido inmerso en un contexto problemático, y no por el propio colectivo en sí, sino por el entorno en el que se ha ubicado. Decir que eres parte, es reconocer que existen riesgos que vas a correr, es saber que va a haber gente que te va a rechazar o violentar, es tener conversaciones incómodas en las que tocará defender tu libertad, tu derecho y tu propia identidad.
Y es que a lo largo de la historia, la comunidad ha sido relacionada de forma directa con tantas problemáticas como la violencia, la falta de derechos y una innecesaria correlación con enfermedades o libertinaje que nos encasilla y nos llena de prejuicios.
En lo personal, ser parte de la comunidad LGBTTTIQ+ no es más que una orientación sexual que reconoce y enaltece la diversidad. Ser un hombre abiertamente gay no me hace ser de otra manera más que como quiero ser. Y si hay gente que aún no lo entiende, entonces hará falta tener más conversaciones y espacios para expresarnos.
Por ello es que hoy celebramos por todo lo alto el Pride, porque como bien me lo dijo un gran amigo hace algunos años: “para algunos, Pride es el único día del año que realmente pueden ser ellos mismos” y todos merecemos vivir libremente y sentirnos bien siendo nosotros mismos, sin violencia, sin rechazo, sin ser segregados y, ante todo, sin llenarnos de prejuicios innecesarios.
Hoy las calles se llenan de color en una protesta por los que estuvieron, los que están y los que vendrán. El color enaltece la diversidad y la propia identidad. El color cuenta cientos de historias, cada una de ellas es válida y valiosa. Hoy y siempre, el color se porta con orgullo, con libertad, con amor y con todas sus letras.