En un país donde la mesa es sinónimo de encuentro, conversación y afecto, Mariatinto ha sabido colocarse como mucho más que una etiqueta de vino mexicano. Fundado en 2002 por el enólogo Humberto Falcón y el chef Guillermo González Beristáin, este proyecto vitivinícola nació del deseo de capturar algo esencial: la magia que ocurre cuando compartimos una botella entre personas queridas. No se trata solo de maridar sabores, sino de acompañar momentos.

El vino como lenguaje emocional
Mariatinto propone una forma distinta de beber vino: una que escucha, que se adapta, que entiende el momento.
Desde el inicio quisimos hacer un vino que hablara de nosotros, de nuestra tierra, y que acompañara la cocina con la que crecimos, pero también las nuevas formas de compartir la mesa” – Guillermo González Beristáin
La línea de vinos de la bodega refleja esa filosofía: Mariatinto, M de Mariatinto, Mariatinto Blanco, M20, y su etiqueta natural, todos elaborados bajo principios de viticultura sustentable. Cada uno con un carácter único, pero con la intención de acompañar sin imponer. En su expansión internacional, Sang Bleu en Francia y SinBorder en California, mantienen ese mismo espíritu generoso.
Un vino para cada historia
Porque no todos los brindis son iguales, cada vino de Mariatinto tiene un momento en el que brilla. El clásico Mariatinto es versátil, va de tapas a pizzas o cortes jugosos al carbón. El Sang Bleu Rosado es pura frescura, ideal para tacos de trompo, chorizo crujiente o pulpo rostizado. El SinBorder Chardonnay se luce con elote, jocoque, pasta al burro o un buen pescado a la veracruzana. Más que maridar con comida, estos vinos maridan con emociones.


Detrás de la botella
Humberto Falcón aporta la técnica, el conocimiento del viñedo y el respeto al terruño; Guillermo González Beristáin, la intuición del chef que entiende cómo se vive el vino en la mesa. Juntos, han creado una etiqueta donde enología y gastronomía no solo se encuentran, sino que se entienden profundamente.
Un vino que pertenece
Mariatinto no está hecho para ser protagonista, sino para acompañar. Para ser parte de la escena sin querer dirigirla. En un brindis espontáneo, en una cena familiar o en esa charla que se extiende hasta la madrugada. No busca protagonismo, busca pertenecer. Y quizá ahí radique su mayor fuerza, en ser el vino que siempre tiene un lugar en la mesa y en la memoria.
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