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La comparación mató al gato

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Escribo esto en mi teléfono, desde el coche y con lágrimas en los ojos. Esta mañana desperté con una sensación de inquietud completa, después de una noche larga de pondering y overthinking. Para los que no me conocen, me llamo Emiliano y tengo 23 años. Desde hace mucho tiempo había querido escribir un texto similar a este en el que pudiera sincerarme, porque, al final de cuentas, es lo que intento a través de cada uno de mis textos. Pero en este, en específico, hay algo que me aflige y que me corta la garganta al momento de escribir.

Pocos meses antes de graduarme de la universidad, mi vida parecía un choque de trenes. No había trabajado, no tenía ahorros y mi futuro laboral parecía incierto, pues no tenía ni la experiencia ni la red de contactos suficiente para entrar a un puesto que me satisficiera, pero sobre todo que me pagara un sueldo atractivo. Por azares de la vida, termino en una revista, donde inicié mi primera experiencia laboral, y pocos meses después logro cumplir uno de mis sueños más grandes en la vida: convertirme en editor de una revista. El mundo de las revistas me había llamado la atención desde pequeño. Recuerdo tomar las revistas que mi mamá compraba en los supermercados de Estados Unidos y, sin hablar una gota de inglés, pretender que las leía enteras.

Nuevamente, por azares de la vida, este trabajo terminó para mí. Afortunadamente, nunca me había quedado sin trabajo, pues un poco después de que mi tiempo en esta revista terminara, se me ofrecieron dos empleos que felizmente tomé. Fin de la anécdota. Pero se preguntarán: ¿a dónde voy con todo esto? 

En los últimos días he estado sintiendo un cierto tipo de comezón cerebral que me aflige y me agobia, porque, a pesar de que a los ojos de otras personas tengo una vida muy privilegiada, no me siento satisfecho. Creo que puedo decir que no soy feliz con lo que tengo. Y es que, objetivamente, tengo demasiado, pero así como tengo demasiado, también tengo mucha envidia por lo que otras personas tienen. Sé que la palabra “envidia” suena un poco agresiva, pero nunca va con esas intenciones.

Me cuesta trabajo voltear a ver a otras personas y cuestionar mi existencia con base en la de ellas. ¿Será que, si hubiera tomado el mismo camino que ellos, tendría la vida que ellos tienen? ¿Por qué, cuando todo el mundo sale de viaje con sus amigos los fines de semana, yo me quedo encerrado en mi casa? Quería escribir este texto en un momento en el que me encontrara en el coche, pues manejar es una de las actividades que más tiempo me toma en el día para desplazarme a ciertos eventos de trabajo o incluso para reunirme con la gente que quiero. Durante este tiempo tengo la oportunidad de ver a miles de personas al día, ya sea en otros coches, en los camiones, en las banquetas esperando el transporte colectivo, o incluso en el semáforo, esperando que alguien voltee su mirada y los bendiga con una moneda. Gente de distintos walks of life que, aunque parezca que no tienen nada en común conmigo, en verdad nos une más de lo que creemos. Todos tenemos sueños y aspiraciones, y todos queremos la vida de la persona de al lado, porque the grass is always greener on the other side.

Este artículo es meramente un flujo de conciencia o word vomiting, como me gusta llamarle, así que no juzguen la falta de orden que existe en mis palabras. Pero quería compartir esto porque creo que es importante que yo, personalmente, y ustedes también, dejemos de autoflagelarnos por no vivir la vida que viven otras personas. Yo soy yo, tú eres tú. Dios, la vida, nuestros padres, quien sea, nos dio la vida que tenemos en este momento. Y eso solo significa una cosa: que estamos en el momento correcto, en el lugar adecuado, con lo que tenemos que tener y con las personas que nos rodean. No hay más.

Regresando un poco al tema de mi edad, y viendo que mi cumpleaños número 24 se acerca, no podría estar más estresado por sentir que no he realizado ninguno de mis sueños. ¿En qué momento voy a empezar a tener las cosas que la gente “normal” ha tenido a sus 23 años? ¿Cuándo tendré mi primera relación? ¿Cuándo me harán una fiesta sorpresa? ¿Cuándo me convertiré en el editor de aquella revista que he leído desde pequeño? ¿Cuándo ganaré un premio por algo? Todas estas preguntas envenenan mi cerebro y nublan mi visión ante una realidad ajena a la mía. Porque, aunque no parezca, a mis 23 años (y hasta me cuesta decirlo y creérmelo), he logrado más que mucha gente. Y no lo digo de una manera egocéntrica; lo digo para mí, para poder creerlo y para verdaderamente sentirme exitoso, porque lo soy, y hasta hace poco no me había dado cuenta de eso.

Todos vivimos una realidad diferente, y, por más cliché que suene, debemos estar agradecidos por el hecho de que cada quien vive una vida distinta y tiene experiencias únicas. Porque, si todos viviéramos la misma vida, o tuviéramos las mismas oportunidades, o lográramos las mismas cosas, la vida sería muy monótona.

Hace unos días escuchaba a un rabino hablar sobre lo egocéntrica que puede ser la gente (adjunto el Tiktok). Menciona que el arreglo del neshama y el tikun (de la religión judía) nos da distintos problemas a los humanos y distintas herramientas para poder solucionar estos problemas. A veces el ego nos gana y creemos que por tener más herramientas somos superiores, cuando en realidad el tener más herramientas sólo significa que tenemos más responsabilidad con nosotros mismos y con el mundo por hacer el bien.

Que de este texto te quede que la vida que tienes y que tanto te martiriza en las mañanas, cuando te cuesta despertarte, es la vida que otra persona desearía. Y que sepas que incluso la persona más sobresaliente tiene días en los que le cuesta levantarse de la cama porque quisiera tener la vida de la persona de al lado.

Que la comparación no te mate, sino que te recuerde lo constante que tienes que ser contigo mismo, para que solo compares al “tú” de hoy con el “tú” del pasado, que tenía miedo y que no se atrevía a hacer lo que hoy haces.

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