En su más reciente exposición, Jorge Tellaeche lleva la experiencia emocional a un nuevo territorio visual: templos que se expanden, vibran y se mantienen en movimiento. Inspirado por la arquitectura y guiado por la intuición, su nueva exposición HELLO… WELCOME BACK, propone un refugio donde la vulnerabilidad y la fuerza conviven sin conflictos. Una narrativa artística que crece al mismo ritmo que él.

¿Qué te inspiró para crear esta colección?
Tenía muchas ganas de continuar con una narrativa que ya había comenzado. En mi última exposición del año pasado, Goodbye friend, trabajé alrededor del miedo: cómo entenderlo, separarlo de nosotros, y observarlo en lugar de enfrentarlo como una batalla perdida. Llegué a la conclusión de que la manera de convivir con el miedo es creando espacios íntimos, personales; lugares donde podamos tomar decisiones con calma. A esas piezas las llamé templos.
Durante este año seguí desarrollando ese lenguaje, llevándolo hacia una abstracción más profunda: ¿cómo se ve, visualmente, la experiencia de crear tu propio refugio? Todos conocemos la sensación: cerrar los ojos cuando hay ansiedad, cuando el desborde nos sobrepasa. Hoy vivimos un tiempo donde esa ansiedad se entiende colectivamente.
Así que imaginando esos estados, fui creando, o más bien, evolucionando, el concepto de estos templos como espacios que cada quien interpreta y habita desde su propia historia. Esa es la inspiración.
¿Cómo sabes cuándo una pieza empieza y cuándo termina?
Parte de mi trabajo es conceptualizar una historia. Cuando esa historia está clara, todo fluye de forma orgánica.
Como son templos, mi papá siendo arquitecto influyó muchísimo: crecí viendo planos, maquetas, dibujos espontáneos en servilletas. Me emocionó traducir mi lenguaje visual a uno más arquitectónico: preguntarme ¿cómo construiría esto un arquitecto?
Trabajo todos los días. Boceto, borro, vuelvo a empezar. Primero hago dibujos a lápiz: intuitivos, rápidos, sin pensar demasiado. Si no me convence, no lo corrijo: hago otro. Después los transformo en acuarelas o estudios más complejos para entender la energía del color. Luego vuelvo al lápiz para limpiar la intención. Cada técnica exige cosas distintas: hay piezas más limpias, más estructurales y otras donde me permito libertades formales.
Mi proceso es totalmente intuitivo: dejo la pieza, vuelvo al día siguiente, y si no me dice lo que quiero, continúo trabajando. Todo evoluciona hasta que vibra distinto: como un amanecer antes de la luz.


¿Qué evolución viviste durante esta exposición?
Me gusta explorar distintos materiales; me aburre repetir la misma conversación. Hay demasiados estímulos en la vida como para quedarte en un solo lugar creativo.
Este año tuve mi clásico periodo de crisis post-exposición: preguntarme qué hilo seguir para profundizar. Sabía que quería continuar con los templos, pero llevarlos más lejos: que no solo fueran espirituales o místicos, sino cotidianos, prácticos, incluso divertidos. Porque nuestras emociones: el caos, la confusión, el deseo, también son parte de quienes somos. Nada aquí es perfección: es complejidad, humanidad.
He aprendido mucho sobre el perdón. Nos exigimos demasiado. Esta exposición se logró en poco tiempo, con jornadas larguísimas. Fue una autoexigencia fuerte, pero también me permitió trabajar distinto, y cuidarme cuando lo necesitaba: adopté a un perro la última semana y me recordó que todo proceso también necesita pausas.
Si tuviera que describir esta evolución, la describiría como: eléctrica, arquitectónica y divertida.
¿Qué te gustaría que las personas sintieran al ver tu obra?
Me gustaría que sonrieran. Que encuentren paz en reconocerse no perfectos. Que puedan ver sus manos abrirse o cerrarse según el momento: me protejo, me comparto. Quiero que estos templos se sientan como un lugar seguro para conocernos un poquito más.
¿Qué has aprendido de ti en este recorrido?
A perdonarme. A entender que los procesos se viven, no se fuerzan. Y a disfrutar que cada obra me obliga a crecer.
¿Cuál es un consejo que te dieron cuando comenzaste?
Uno que sí guardé desde los 15 años: “crea una pieza para que, años después, alguien siga descubriendo cosas en ella”. Por eso mi obra es maximalista, llena de detalles. Quiero que un coleccionista, diez años más tarde, mire un color distinto y diga: “Esto no lo había visto”.

¿Qué te hizo decidir dedicarte al arte?
Creo que quienes nacemos con ese impulso creativo lo sentimos como una necesidad. Estudié diseño gráfico y trabajé como director de arte, pero llevo veinte años sabiendo que esto es mi misión. Nunca dudé.
¿Cómo te gustaría que la gente vea tu obra en 10 o 20 años?
Sería una mentira decir que no me importa. Pero mi ansiedad no está en el futuro, sino en ser honesto con el presente. Creo que el arte debe hablar del momento que vivimos: de la energía social, de la política, del ánimo colectivo. Si es honesto, trascenderá.
¿Qué es el éxito para ti?
Está directamente relacionado con la felicidad. Y como la felicidad tiene altas y bajas, el éxito también. La incomodidad, el miedo y el cambio son buenos catalizadores. El éxito es moverte, adaptarte, agradecer y seguir creando.
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