Foto: Einar González
The Interview

Fernando Romero

El arquitecto mexicano custodia las Cuadras de San Cristóbal, obra maestra de Luis Barragán, y las impulsa como un nuevo punto de encuentro entre arquitectura y arte contemporáneo

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Por Maria del Mar Barrientos Fotos Einar González e Iñaki Varela  Video: Juan de Dios Hernadez Garcia

A partir de Octubre, el Espacio de las Cuadras de San Cristóbal abrirá sus puertas para convertirse en un punto de encuentro entre las creaciones de Barragán y las intervenciones de algunos de los artistas y arquitectos más influyentes del mundo. Fernando Romero, su actual custodio, comparte la visión y los retos de un proyecto que trasciende la conservación para proyectar este ícono hacia el futuro.

Cuando Fernando Romero tenía 19 años, apenas un estudiante apasionado por la arquitectura, comenzó a guiar recorridos en la Casa Luis Barragán de Tacubaya. Aquella experiencia, dice, fue un punto de inflexión. “Para mostrar la casa de alguien tienes que entender lo que pasa ahí, las intenciones que había diseñado. Ese fue para mí como la introducción a la arquitectura moderna de este gran arquitecto”, recuerda. Lo que descubrió entonces fue más que un conjunto de espacios: era un laboratorio vivo, en constante evolución, donde Barragán exploraba la luz, el color y la proporción con una precisión casi mística.

En aquellos primeros años, Romero trataba de descifrar cómo un arquitecto que había comenzado con una estética modernista en blanco y negro había llegado a crear un lenguaje tan vibrante, impregnado de color y tradición. “Barragán tenía desde joven un talento muy particular en las proporciones, entre muchos otros talentos. Y supo combinar la modernidad con el color y la tradición mexicana, en diálogo con grandes artistas contemporáneos”, dice.

Foto: Iñaki Varela

Un icono del patrimonio arquitectónico

Las Cuadras de San Cristóbal, situadas en el municipio mexiquense de Atizapán, forman parte del conjunto de obras tardías de Luis Barragán. Diseñadas a finales de los años sesenta para la familia Egerström, reconocidos criadores de caballos, el proyecto se convirtió en una síntesis de su madurez creativa: muros altos pintados en tonos magenta, planos de color puro recortando el cielo, estanques espejeantes y la presencia simbólica del caballo como figura central. En estos espacios, el agua, la luz y el silencio se conjugan para provocar una experiencia sensorial que trasciende la mera función arquitectónica.

Romero describe el lugar con admiración: “Es una obra maestra de Barragán, de sus obras más importantes. Lo que siempre me interesó es que es una propiedad muy grande, con suficiente espacio en el patio para poder hacer una plataforma donde artistas contemporáneos pudieran crear piezas. Así se podría celebrar la relación entre la arquitectura y las artes”.

De la conservación a la proyección cultural

La historia de su adquisición comenzó en 2004, cuando Fernando Romero entabló conversaciones con la familia Egerström. “Les dije: mi visión es transformar esto en un lugar donde se celebra la relación entre las artes y la arquitectura. Les gustó la idea y, a lo largo de años de trabajo juntos, hicimos un proyecto integral para cuidar la propiedad”.

Su objetivo fue claro desde el principio: conservar intacta la obra original y, al mismo tiempo, abrirla a un diálogo contemporáneo. “La prioridad número uno es conservar este patrimonio universal de arquitectura, cuidar esta obra maestra. Pero en los terrenos colindantes puedo invitar a grandes artistas de todo el mundo a hacer distintas intervenciones”, afirma.

Foto: Iñaki Varela

La lista de colaboradores es de primer nivel. “Kazuyo Sejima, sin lugar a dudas la arquitecta más importante del mundo hoy, nos diseñó los muebles para la cafetería y la tienda. Y con Kengo Kuma estamos trabajando en una estructura temporal de madera que estará en las áreas colindantes”.

Aunque la pandemia retrasó los planes, Romero lo interpreta como una oportunidad para afinar la propuesta. “Un proyecto como este no se puede hacer rápido, involucra a mucha gente, muchas conversaciones, muchas horas de trabajo. Es un proyecto que, como un buen vino, va a madurar poco a poco. Durante las próximas décadas, esta propiedad va a adquirir cada vez más valor creativo, más arte, porque vamos a desarrollar una colección en el sitio”.

Esa visión implica que el visitante no solo se acerque a una joya arquitectónica, sino que también viva experiencias artísticas en constante renovación. “La idea es que no solamente vengas y veas arquitectura, sino también arte contemporáneo”, señala.

Un espacio vivo para el arte contemporáneo

La nueva etapa se inauguró simbólicamente en febrero pasado, durante la Semana del Arte en Ciudad de México, con un performance de Marina Abramović. “Cuando hace su manifiesto, habla de conceptos muy relacionados a Barragán: el silencio, la belleza, el arte. Pensamos que ella era una artista muy importante, ya consolidada, que podría festejar esta nueva etapa de la propiedad”, explica Romero.

La intervención incluyó lectura de textos, caballos y un taller con jóvenes artistas en silencio, meditando en el espacio. “Mostramos que el arte no es solo algo figurativo; también puede ser una experiencia, una expresión, un performance. Cada año habrá un distinto genio del arte trabajando en la propiedad”, adelanta, sin revelar nombres, aunque deja entrever que ya hay conversaciones abiertas con varios artistas de talla internacional.

Foto: Iñaki Varela

La dimensión filantrópica de la arquitectura

Romero insiste en que su labor principal sigue siendo la práctica arquitectónica. “El 90% de mi tiempo es pensar arquitectura. Realmente no me dedico a cuidar propiedades; me dedico a diseñar y a pensar nuevos edificios. Esto es simplemente como una dimensión filantrópica de cuidar parte del patrimonio y tratar de hacer que este lugar cada día sea más interesante”.

Su admiración por Barragán es evidente y la expresa con palabras que suenan casi a manifiesto: “Logró lo que nadie había logrado en México: hacer una arquitectura universal que se conecta con lo local, con nuestras tradiciones, nuestra historia, nuestras haciendas, nuestra conciencia del espacio, nuestro silencio, nuestro misterio, nuestra belleza”.

Foto: Einar González

Una visión anclada en su tiempo histórico

Además de su compromiso con la conservación, Fernando Romero reflexiona sobre la relevancia de que la arquitectura dialogue con el momento histórico que la produce. “Me interesa que la arquitectura se conecte con su tiempo. La Torre Eiffel representó el desarrollo del acero en ese momento histórico. No me interesa la arquitectura que otra vez son cajas de zapatos modernistas con texturitas; eso no nos representa hoy. Todo lo que estamos viendo del mundo de hoy tendría que estar representado en nuestros edificios”.

El arquitecto está convencido de que las próximas décadas traerán cambios profundos, impulsados por la inteligencia artificial y la exploración espacial. “Va a cambiar mucho el mundo en los próximos 10, 15, 20 años. Se van a resolver problemas que durante décadas no se resolvieron. La arquitectura que veremos no se parecerá a lo que hemos visto hasta ahora”, afirma.

Por: Iñaki Varela

Fernando Romero se ve a sí mismo como un guardián temporal de este tesoro arquitectónico. “Me prestaron la llave y se la voy a dar a mis hijos. La idea es conservarla y celebrar a uno de los grandes genios de la arquitectura”, dice con convicción. Para él, el reto no es solo preservar el espacio, sino darle una vida nueva, con capas de significado que se sumen año con año.

En Octubre, cuando el Espacio de las Cuadras de San Cristóbal abra sus puertas al público bajo esta nueva visión, será el inicio de un capítulo que combina la memoria de Barragán con la energía creativa del presente. Como un buen vino, madurará con el tiempo, ganando cuerpo y matices, en un diálogo constante entre lo que fue, lo que es y lo que está por venir.

Foto: Einar González

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