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Anna Wintour: el mito, el poder, la editora

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Se va la mujer que convirtió el estilo en un imperio y las portadas en un instrumento de poder. Con su salida de Vogue, Anna Wintour cierra un capítulo glorioso de la moda, deja un legado lleno de controversias, silencios y decisiones que definieron la cultura visual de nuestro tiempo.

Durante más de tres décadas, bastaba un gesto suyo para cambiar la trayectoria de un diseñador, consagrar una modelo o alterar el calendario de la moda. Con un corte de cabello inalterable, lentes oscuros y un aura de autoridad silenciosa, Anna Wintour no solo dirigió Vogue; dirigió la narrativa global del estilo. Ahora, con su salida definitiva como editora en jefe, la emperatriz de la moda deja una silla difícil de llenar.

DE LONDRES A MANHATTAN: LA FORMACIÓN DE UN MITO

Anna nació en 1949 en el seno de una familia británica poderosa y cultivada. Su padre, Charles Wintour, fue director del Evening Standard, un periodista temido y respetado. De él heredó el instinto implacable para el titular perfecto y el dominio sobre la sala de redacción.

Abandonó los estudios tradicionales para dejarse educar por el Londres más vibrante de los años sesenta: minifaldas, Rolling Stones, Swinging London. A los quince años adoptó el corte bob que jamás cambiaría. Ya entonces sabía que la imagen también es ideología.

En los años setenta aterrizó en Nueva York y comenzó su ascenso editorial. Pasó por Harper’s Bazaar, New York Magazine, y finalmente Vogue, donde asumió la dirección editorial en 1988.

Desde entonces, no volvió a mirar hacia atrás.

UNA NUEVA ERA PARA VOGUE

Cuando Anna llegó a Vogue, la revista aún vivía bajo los códigos estrictos de la alta costura tradicional. Su primera portada fue una revolución silenciosa: la modelo Michaela Bercu fotografiada en un suéter bordado de Christian Lacroix con una camiseta y jeans, sin pose rígida ni pretensiones de perfección. Esa imagen fue un manifiesto: la moda debía abrirse al mundo real.

Wintour fue pionera en colocar actrices —no solo modelos— en portada, elevando a Gwyneth Paltrow, Nicole Kidman o Rihanna al estatus de musas editoriales. Integró al cine, la política, la cultura pop y el activismo a las páginas de la revista, y convirtió a Vogue en una plataforma total. Y por encima de todo, convirtió su criterio en ley: si Anna lo aprobaba, era moda. Si no, no existía.

 

LOS DISEÑADORES QUE TOCÓ COMO MIDAS

Anna no solo cubría desfiles: los curaba. Apoyó públicamente a talentos emergentes cuando otros no se atrevían. Fue madrina, mentora y aliada de diseñadores que hoy son leyendas: Tom Ford, John Galliano, Alexander McQueen, Marc Jacobs, Proenza Schouler.

Fue gracias a su respaldo que Galliano pasó de confeccionar vestidos en su cocina a dirigir Dior. Que McQueen se convirtiera en una marca de culto. Que Jacobs llevara el grunge a Louis Vuitton y redefiniera el lujo moderno. Su apoyo podía significar contratos millonarios, visibilidad global y legado asegurado. Su indiferencia, el olvido absoluto.

 

THE DEVIL WEARS PRADA: LA LEYENDA SE VISTE DE FICCIÓN

En 2003, Lauren Weisberger, exasistente de Wintour, publicó una novela inspirada en su experiencia en Vogue. The Devil Wears Prada se convirtió en un best-seller instantáneo. La protagonista, Miranda Priestly, era una jefa tiránica, elegante y aterradora, cuyo poder residía en su silencio y en su mirada.

Aunque Weisberger afirmó que el personaje era una ficción “inspirada” en múltiples figuras, nadie dudó de quién era la musa. Wintour no respondió públicamente, pero asistió al estreno de la película (2006) vestida de blanco, sin una palabra de más.

Meryl Streep, quien la interpretó con maestría, consultó con la propia Wintour y otras editoras para construir el personaje. Lo que se reveló fue más complejo: una mujer que no solo era temida, sino profundamente estratégica, culta y, sobre todo, sola en la cima. El mito de “la jefa terrible” selló su imagen ante el gran público, pero en la industria ya era leyenda desde mucho antes.

 

EL MET GALA: SU CORTE Y SU IMPERIO

Wintour convirtió una cena de recaudación de fondos del Metropolitan Museum en el evento cultural más importante del año. Desde 1995, dirige el Met Gala como si fuera una coronación. Decide el tema, la lista de invitados y, a menudo, lo que cada uno debe vestir.

Fue ella quien logró que la princesa Diana asistiera en 1996, en uno de sus momentos más vulnerables, luciendo un vestido lencero azul marino que fue interpretado como una declaración post-Carlos.

También ha impuesto vetos irreversibles. Olivia Palermo, por ejemplo, ha sido excluida de la gala por su enemistad con Lauren Santo Domingo, figura esencial del evento. Y tras sus diferencias públicas con Donald Trump, declaró que nunca volvería a invitarlo. El Met Gala bajo Wintour fue pasarela, teatro, manifestación de poder, espectáculo visual y tablero político. Y ella, la reina indiscutible.

 

EL PODER DEL SILENCIO Y LOS LENTES OSCUROS

Anna Wintour no necesitó escándalos ni redes sociales. Su autoridad se manifestaba en sus silencios, en su andar inmutable, en su frase más temida: “Interesting”. Jugadora de tenis diaria, madrugadora implacable, detestaba los móviles sobre la mesa y la mediocridad. Jamás alzó la voz. No lo necesitaba.

Tiene dos hijos: Charles y Bee. Bee Shaffer, productora de televisión, se casó en 2018 con Franco Carrozzini, hijo de la legendaria Franca Sozzani, directora de Vogue Italia. Así, incluso en lo íntimo, el poder editorial se tejió en la sangre.

Aunque discreta en lo personal, Anna siempre supo cómo dirigir la atención. Y cuando no le convenía, la apagaba con una sola mirada.

 

GRACE, ANDRÉ Y LA SOMBRA DEL ÚLTIMO NÚMERO

Su reinado no estuvo exento de fricciones. The September Issue (2009), el documental que la retrató preparando el número más importante del año, reveló tensiones con Grace Coddington, su legendaria directora creativa. Ambas genias, ambas perfeccionistas. La chispa creativa de Grace contrastaba con el control absoluto de Anna. Fue una danza tensa, brillante.

La relación con André Leon Talley, su eterno escudero editorial, terminó en distanciamiento. Él mismo confesó en sus memorias sentirse “descartado” por Anna. La lealtad, para Wintour, parece tener fecha de expiración.

Aun así, ambos reconocieron públicamente lo que el otro representaba. Sin André, no habría habido esa opulencia editorial. Sin Anna, tampoco habría habido historia.

 

POLÉMICA, LEYENDA, PODER EN MOVIMIENTO

Anna Wintour fue acusada de elitismo, de frialdad, de falta de inclusión. En 2020, en medio del clamor por justicia racial, reconoció públicamente que Vogue debía hacerlo mejor. Amplió voces, cambió portadas, ajustó su mirada. Pero sin pedir permiso. Nunca lo hizo.

Las polémicas la rodearon como perfume de autor: intensas, duraderas, imposibles de ignorar. Pero nunca fueron suficientes para eclipsarla. Porque incluso quienes la criticaban… la seguían.

 

¿POR QUÉ SE VA ANNA WINTOUR?

Oficialmente, no hay razón explícita. Pero el mundo ha cambiado. Las revistas impresas ya no son lo que eran. Las voces emergentes piden paso. Y Anna, siempre una estratega, ha decidido irse con la cabeza en alto y el legado intacto.

No hay drama. No hay lágrimas. Solo una puerta que se cierra con elegancia y el eco de sus pasos firmes alejándose del edificio de Condé Nast.

 

Y AHORA, ¿QUIÉN MANDA EN LA MODA?

Anna Wintour no fue solo la directora de Vogue. Fue la mujer que impuso el tono, marcó el ritmo, dictó lo visible. Lo hizo con un peinado inamovible, un par de lentes oscuros y una visión que nunca necesitó explicaciones.

Creó diseñadores, validó tendencias, dirigió galas, desafió clichés. Prohibió a Trump, vetó a Palermo, elevó a McQueen y puso a Kim Kardashian en la portada cuando nadie más lo haría. Su legado no se mide en artículos ni editoriales. Se mide en carreras forjadas, decisiones irrevocables y silencios ensordecedores. Anna Wintour no se ha ido. Ha cerrado un capítulo. Y, como siempre, lo ha hecho antes que nadie.

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