En el pasado había escuchado la frase “un viaje se vive tres veces” y, aunque siempre me pareció cierta, creo que no terminaba de entenderla del todo. No somos conscientes de todo lo que se tiene que alinear para que un viaje suceda: el tiempo, la fecha, las personas que lo hacen posible, incluso factores que no dependen de nosotros, como la salud o las circunstancias externas. Solo cuando finalmente hacemos la maleta, entendemos el privilegio que significa mirar el mundo con nuestros propios ojos.
La ilusión del antes
No hay nada como la ilusión de conocer o regresar a un destino. Caminar por sus calles por primera vez, o buscar nuevos recuerdos en una ciudad que ya visitaste, genera una emoción que empieza mucho antes del vuelo. Revisar fotos y videos, elegir el asiento del avión, reservar ese hotel que viste en Instagram, los restaurantes que mueres por probar… Hoy, con redes sociales y guías digitales por todos lados, la expectativa se multiplica: queremos ver ese museo, esa maravilla del mundo, o volver a ese café que significa algo solo para ti.
Y los destinos de playa tienen su magia: contar los días hasta tirarte frente al mar, agua de coco en mano, mientras la arena se pega a tus pies.
El viaje en presente
El segundo momento sucede en el presente: llegar al aeropuerto, decirle a alguien especial “voy a despegar”, aterrizar en otra ciudad y vivirla con todos los sentidos. Pasear, probar sabores nuevos, descubrir olores, perderse entre calles, museos, plazas. Despertar cansada después de caminar 20 kilómetros, pero con ganas de más, porque, como siempre dice mi mamá, lo bailado y lo vivido nadie te lo puede quitar. Reírte porque no sabes si elegir el café de la derecha por la vista o el de la izquierda por que las sillas son más bonitas. Comprar algo en una tienda sin pensarlo demasiado. Tomarte un helado aunque haga frío. Pedirle a un extraño que te tome una foto y agradecer que este instante exista. Viajar es estar presente, desconectar, sentir que estás justo donde soñaste alguna vez.
El recuerdo
La tercera parte llega al regresar. Enseñas las fotos, cuentas las anécdotas más divertidas o simplemente sonríes al recordar una escena que aparece de la nada en tu mente. Ese sweater que compraste en una ciudad que ahora tiene un lugar en tu memoria, o ese restaurante junto al mar que jurarías tiene el mejor sushi del mundo. Cada viaje deja algo: un recuerdo, una canción, un sabor, un detalle que transforma la manera en que ves el mundo.
El arte de viajar a tu manera
No todas las personas viajamos igual. Algunas somos intensas, impulsivas, y queremos ver hasta el último rincón; otras prefieren moverse despacio y dejarse sorprender por la rutina del destino. No hay forma correcta o incorrecta de hacerlo. Lo único que importa es lo que ese viaje deja en ti. Al final, un viaje no se mide en listas completadas ni kilómetros recorridos, sino en la manera en que transforma tu forma de ver, tus recuerdos y tu corazón.
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