Sirens, una declaración de poder femenino.
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SIRENS: Cuando el misterio femenino se apodera de la pantalla grande

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Entre la tos, el dolor de cuerpo y un thriller inesperadamente profundo, descubrí una de las series más adictivas y reveladoras de los últimos meses.

Estos últimos días he estado enferma. Es la segunda vez que me da COVID, y aunque la primera vez pasó sin mayor problema, esta ocasión ha sido distinta: no tengo olor ni sabor, me duele todo el cuerpo, y la tos no me suelta. En medio de este encierro forzoso, con el tiempo detenido y el cuerpo en pausa, pedí recomendaciones a través de @eugeniagaravani. Pregunté qué serie valía la pena ver en Netflix para distraerme un poco. Y una respuesta se repitió más que ninguna otra: Sirens.

No la había visto. La tenía anotada, sí, pero la había ido posponiendo por falta de tiempo. Esa noche, entre Bisolvon, paracetamol y té de limón con jengibre, decidí ponerle play. Lo que vino después fue una inmersión completa: vi los cinco episodios de corrido. Me atrapó, me inquietó y me llevó a reflexionar profundamente.

Más que una serie de misterio

Porque Sirens no es solo una serie de misterio. Es una historia contada desde un lugar muy femenino y muy incómodo. Una exploración elegante y perturbadora sobre el poder, la seducción, la identidad, y sobre todo, sobre lo que ocurre entre mujeres cuando se cruzan el afecto, la admiración, la necesidad y el control.

La historia gira en torno a tres mujeres y un hombre: Julianne Moore, perfecta como Michaela Kell, una figura imponente, encantadora y calculadora; Milly Alcock como Simone, la joven fascinada por ese mundo de privilegio que parece protegerla, pero también consumirla; y Meghann Fahy como Devon, su hermana mayor, que llega con la misión de salvarla, pero termina enfrentándose también a sus propias heridas. Por cierto, debo agregar que el parecido de la actriz con Lady Kitty Spencer me perturbó un poco. Por momentos, parecía estar viendo a la sobrina de la princesa Diana en la pantalla de Netflix haciendo un papel muy dramático. ¿Ustedes también lo notaron?

Kevin Bacon aparece en un rol secundario, pero significativo, en un elenco donde la tensión no está tanto en lo que se dice, sino en lo que se intuye. Porque Sirens está construida con silencios, con miradas, con pausas que hablan más que los diálogos. Y eso es lo que la hace distinta.

El encanto del poder

Lo que me atrapó no fue la trama en sí (aunque está perfectamente llevada), sino lo que se mueve por debajo: las dinámicas de poder entre mujeres, las jerarquías emocionales, la fascinación por lo que representa el otro, y la eterna pregunta de hasta dónde es amor, y desde dónde comienza la manipulación. Sirens te lleva justo a ese lugar incómodo, donde los vínculos no son lo que parecen, y donde lo que parece cuidado también puede ser una forma de control.

Hay algo magnético en Michaela: su voz baja, su manera de mirar, su elegancia quirúrgica. Es imposible no caer bajo su hechizo. Pero también hay algo profundamente inquietante en ese universo que habita. La casa perfecta. La ropa impecable. El control disfrazado de hospitalidad. Y es ahí donde la serie juega con nosotras: haciéndonos dudar, preguntarnos, cuestionar.

Sirens, una oda a la belleza

Visualmente, la serie es bellísima. Hay una dirección de arte que acompaña y acentúa el relato emocional. Todo está cuidado: los encuadres, la iluminación, los colores. Pero nada está ahí solo para verse bonito. Cada decisión estética sirve para reforzar la atmósfera: opresiva, seductora, un poco venenosa.

Sirens no subestima al espectador. No nos lo da todo servido. Y eso se agradece. Hay que mirar con atención, conectar los silencios, leer entre líneas. Porque esta serie no grita. Esta serie susurra. Y ahí está su fuerza.

Más allá de la ficción

Mientras la veía, enferma, con el cuerpo molido y sin gusto en la boca, sentí que mis sentidos se afilaban de otra manera. Y pensé en cuántas veces hemos estado en relaciones —amistosas, familiares, amorosas— donde lo que parece protección en realidad es asfixia. Y cuántas veces también hemos querido salvar a alguien, sin darnos cuenta de que no quiere —o no puede— ser salvado.

Y hubo una escena, en particular, que se me quedó clavada. Es en el capítulo cuatro, cuando las dos hermanas tienen una conversación reveladora que confirma algo que muchas veces olvidamos: que incluso cuando compartimos un mismo evento, lo vivimos de formas completamente distintas. Una lo atraviesa desde el dolor, la otra desde la culpa. La memoria no es un espejo exacto, es una huella emocional. Y lo que cada una guarda de lo vivido puede marcarla —para siempre— de forma única. Esa escena, tan breve y tan precisa, me recordó que en el centro de muchos conflictos femeninos no hay maldad: hay interpretación, hay herida, hay silencios que nadie supo cómo traducir.

Sirens, un espejismo femenino

Sirens es un thriller, sí. Pero también es un estudio sobre las mujeres, los espejismos, el deseo de pertenecer, y el precio que se paga por hacerlo. Es de esas series que una termina y no se le van de la cabeza. Porque no está diseñada para gustar: está hecha para tocar algo más profundo.

Si tienen una noche libre (o cinco horas de sofá y palomitas), véanla. Y véanla con atención. Porque algunas historias no solo entretienen. Te sacuden. Te confrontan. Y te dejan pensando mucho después del último capítulo.

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