Fotos: Israel Hernández
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Sabellah: piezas que cuentan una historia por Ilse Robledo

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Detrás de cada joya hay una historia, y detrás de Sabellah, una mujer que convirtió su visión en un emblema de sofisticación, identidad y fuerza. Ilse Robledo es una emprendedora que, entre México e Italia, ha tejido un universo donde el lujo se funde con la autenticidad. Desde sus inicios, ha enfrentado el reto de construir una marca desde cero. Teniendo un compromiso con la calidad, el diseño atemporal y el valor de cada historia personal, logrando que cada pieza se convierta en un símbolo.

¿Por qué se llama Sabellah?

El nombre viene de mi hija Isabella. Siempre me ha encantado la joyería, es mi pasión y cuando ella nació, fue como el impulso final para lanzarme. Siempre he estado rodeada de joyas, desde chiquita crecí con ellas, me encantan. Y cuando nació mi hija dije que era momento de hacerlo. Y desde ahí, no he parado.

¿Cuál ha sido uno de los mayores retos al emprender en el mundo de la joyería fina?

Uno de los mayores retos ha sido la falta de cultura sobre la calidad de las piedras en México. Muchas veces la gente no sabe diferenciar una piedra de buena calidad. Por ejemplo, ven una esmeralda y dicen que está muy bonita, pero no se fijan si tiene las inclusiones correctas, si el verde es el que debería tener, o si tiene buena transparencia. A veces prefieren algo más barato sin saber que la diferencia está en la calidad. Yo vendo lo que yo compraría, y por eso me enfoco mucho en ofrecer piezas de calidad, aunque eso implique precios más altos.

El mayor reto fue dar con un proveedor que realmente entendiera el nivel de calidad y detalle que buscaba. En México me costó mucho trabajo encontrar un taller que lograra las terminaciones y el estándar que tenía en mente. Eso me hizo dudar, incluso pensar en rendirme, pero también me impulsó a buscar más allá, a salir de mi zona de confort.

¿Qué te llevó a producir en Italia?

Fue toda una aventura. Al principio busqué fábricas en Nueva York. Encontré una con piedras espectaculares, pero los precios eran altísimos y no logré negociar. Luego encontré una fábrica en India y estuve semanas hablando con ellos por Zoom. Decidí viajar a la India con mi mamá para conocer todo en persona. Al llegar, la experiencia fue fuerte, incluso un poco incómoda culturalmente hablando, pero al final conocí la fábrica, vi todo el proceso y aunque el trabajo era muy bueno, sentí que los diseños no me representaban, eran demasiado recargados para mí.
Después decidí buscar en Italia. Estaba obsesionada con una fábrica que no me contestaba ni mails ni llamadas. Compré un vuelo y me fui. Ya en Italia, conocí al señor con el que hoy trabajo. Al principio no me quería atender, pero le dije que compré un vuelo de México a Italia solo para verlo, y no me iba a ir hasta que me diera una cita. Me vio tan decidida que accedió. Hoy es como mi segundo papá. Gracias a él conocí otras fábricas y ahora trabajo con varias.

¿Cómo ha sido la experiencia de fabricar en Italia?

Ha sido transformadora. En Italia encontré una forma de trabajar que se alinea totalmente con mis valores, el respeto por el oficio, amor por los detalles, paciencia y pasión. Las relaciones que he formado allá son muy personales; hablamos todo el tiempo, hay una comunicación muy cercana. Siento que somos un equipo más allá del negocio.
Lo que me gusta de Italia es la manera en la que trabajan el oro, los diseños que tienen, logran mantener lo clásico, consiguiendo que las piezas sean atemporales, que duren toda la vida y que tengan un diseño especial.

¿Cómo es el proceso creativo de tus piezas?

La selección de piezas siempre tiene mi esencia. Escojo lo que yo usaría, lo que compraría. Entiendo que hay gustos para todos, pero todo lo que vendo tiene algo mío. Cuando diseño una colección, me inspiro en cosas que me rodean: la geometría, la escultura, la naturaleza.
Por ejemplo, la última colección que saqué se llama “Wave”. Surgió de una conversación con mi hermana sobre cómo la vida nunca es lineal, tiene subidas y bajadas, y eso es lo que nos hace crecer. Pensé en el mar, en las olas, y de ahí salió la idea. Hice unos bocetos, los mandé a mi equipo en Italia, y entre todos lo fuimos perfeccionando.

¿Cómo describirías la misión y visión de Sabellah?

Para mí, Sabellah es mucho más que una joyería. Claro que quiero ofrecer al cliente piezas de calidad, atemporales, con buena mano de obra y que duren toda la vida. Pero más allá de eso, mi verdadera misión es formar parte de los momentos más importantes de la vida de las personas. Me llena el alma ver a un cliente feliz, satisfecho con su compra, sabiendo que esa pieza será parte de su historia. Esa conexión humana es lo que más disfruto.
La visión de Sabellah es crear piezas que trasciendan modas, que se mantengan vigentes por siempre, que acompañen a las personas en momentos como una boda, un aniversario, una propuesta. Diseñamos con amor, con intención y con la idea de que cada joya tenga alma.

¿Cuál ha sido el error del que más has aprendido?

He cometido muchos errores. Por ejemplo, confiar demasiado en los clientes. A veces entregas la pieza pensando que te van a pagar, y no te pagan. Y aunque no sea tu culpa, sí es tu responsabilidad. Ese ha sido uno de los errores de los que más he aprendido.
Otro error común es dar por hecho ciertos detalles en el diseño de las colecciones, y cuando llega la pieza final, me doy cuenta de que hay que rehacerla. Por suerte, el equipo con el que trabajo entiende que esto es parte del proceso. Es prueba y error, y siempre estamos aprendiendo. Este negocio es muy detallado, todo debe estar perfecto, desde el corte de una piedra hasta el engaste. Y no somos robots, nos equivocamos, cada error es una lección que me hace crecer como emprendedora y como persona.

¿Qué valores son fundamentales para ti, dentro de este ámbito?

Para mí, hay tres valores esenciales en este negocio: honestidad, confianza y responsabilidad. Siempre le digo la verdad al cliente y solo vendo lo que yo misma compraría. El cliente debe sentir que está en buenas manos. Estoy completamente comprometida con la calidad de cada pieza y con el servicio postventa. Si algo sucede, lo resolvemos. Siempre.

¿Cuál ha sido el mejor consejo que has recibido?

Cuando iba a empezar este negocio, tenía mucho miedo. Me daba miedo lanzarme y salir de mi zona de confort. Mi hermana fue quien me dijo: “Preocúpate si no te diera miedo. Porque cuando los sueños son grandes, el miedo es inevitable. El miedo es señal de que vas por buen camino.” Ese consejo me impulsó a tomar decisiones importantes: viajar a India, a Italia, a buscar proveedores, a aprender. Me dijo también: “Nunca pares”, y eso se me quedó grabado. A veces me canso, claro, pero no me detengo, porque esto me apasiona profundamente.

¿Qué te gustaría dejar con Sabellah?

Lo que me gustaría dejar es mi legado para mi hija. El nombre viene de ella, y todo lo que hago lo pienso también como un ejemplo para ella. No quiero dejarle solo una marca, sino una enseñanza, que los sueños se pueden cumplir. Que no hay límites más que los que uno se pone en la cabeza. Que si te lo propones, lo puedes lograr. Ojalá algún día, entienda que el miedo no es un freno, es una señal. Y que nada bueno llega fácil, pero sí llega si trabajas con el corazón.

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