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JACKIE O.: El arte de vestir el poder

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Jackie Kennedy Onassis fue mucho más que una mujer bien vestida. Fue una estratega de la imagen, una visionaria silenciosa, una Leona que supo crear un lenguaje propio con cada prenda que tocaba su cuerpo. Desde su juventud privilegiada en Newport hasta su consagración como símbolo del lujo internacional, Jackie entendió la moda no como un accesorio, sino como una arquitectura de identidad. Hoy, en el aniversario de su nacimiento, revisitamos el estilo que cambió para siempre la forma de vestir el poder.

DEBUT EN SOCIEDAD: UNA EDUCACIÓN ESTÉTICA PREMATURA

Antes de que la historia la encumbrara como ícono global, Jackie Bouvier fue simplemente una joven privilegiada de las mejores familias de Newport. Su presentación en sociedad, en uno de los bailes de debutantes más codiciados de la costa Este, no pasó inadvertida. Lucía un vestido blanco de satén con falda voluminosa, guantes hasta el codo y una tiara heredada. Pero más allá del protocolo, lo que impactaba era su compostura: parecía nacida para estar bajo la mirada pública.

Su madre, Janet Lee Bouvier, fue la verdadera artífice del entrenamiento estético de sus hijas. Con una mirada ambiciosa y sumamente controladora, educó tanto a Jacqueline como a su hermana Lee —quien más tarde sería princesa Radziwill— para convertirse en referentes de clase y estilo. Desde niñas aprendieron a elegir telas, a caminar con gracia, a hablar con voz modulada y a vestirse como si el mundo siempre estuviera mirando.

Jackie, desde entonces, supo que el estilo era una herramienta de posicionamiento. Y lo cultivó con la misma seriedad con la que otros estudian oratoria o política.

LA REPORTERA MÁS ELEGANTE DE WASHINGTON

Antes de ser la esposa del futuro presidente, Jackie trabajó como reportera gráfica para el Washington Times-Herald. Allí se la veía con faldas lápiz, mocasines impecables, su infaltable collar de perlas cortas y blusas de seda con lazo. Su cabello corto, con ondas suaves y peinado de costado, proyectaba una feminidad intelectual, discreta, pero cargada de carácter. Era evidente que no solo era hermosa: era una mujer que estudiaba cada aspecto de sí misma.

Como asesora de imagen, puedo decir que incluso en sus años de anonimato relativo, Jackie ya proyectaba una coherencia estética poderosa. Su estilo era la extensión de su voz: medido, elegante, persuasivo.

PRIMERA DAMA DEL ESTILO: UNA IMAGEN PLANIFICADA

El 12 de septiembre de 1953, Jackie se casó con John Fitzgerald Kennedy. Su vestido de novia, diseñado por Ann Lowe —una costurera afroamericana cuya historia apenas comenzaba a ser reconocida— fue una creación de ensueño: falda amplia de tafetán, mangas caídas, escote corazón, detalles florales bordados y una larga cola que deslizaba por la iglesia como si caminara sobre una nube. Ese vestido, copiado por cientos de novias desde entonces, no solo consagró a Jackie como ícono nupcial, sino que evidenció desde el inicio su vocación por la teatralidad elegante.

Cuando JFK fue electo presidente, Jackie entendió que estaba entrando en un escenario de alta visibilidad. Fue entonces cuando comenzó una colaboración histórica con Oleg Cassini, quien se convirtió en su “guardián de imagen”. Juntos planificaron una silueta visual que conquistó al mundo: vestidos sin cuello, trajes en tonos pastel, capas estructuradas, botones cubiertos, faldas por debajo de la rodilla y mangas tres cuartos. Fue la era del Pillbox Hat, los guantes blancos, los abrigos de corte cocoon y las perlas como segunda piel.

Uno de los looks más simbólicos de esta época —el conjunto rosa que llevaba el día del asesinato de su esposo en Dallas, el 22 de noviembre de 1963— no era de Chanel, como muchos creyeron, sino una réplica meticulosamente realizada por Chez Ninon, casa neoyorquina que replicaba modelos de alta costura francesa para respetar las políticas de consumo americano. Jackie sabía lo que hacía. Ese conjunto rosa con cuello blanco contrastante, manchado de sangre, quedó para siempre en la retina del siglo XX. Fue más que un atuendo: fue historia congelada en tela.

En sus visitas oficiales a Europa, Jackie supo adaptarse con maestría. En Francia, usó Givenchy. En la Ciudad del Vaticano, eligió el protocolo estricto del negro y el velo de encaje. En México, lució diseños con guiños a la cultura local. Ella hablaba en diplomacia textil. Y lo hacía con absoluta precisión.

JACKIE O.: LA ALTA COSTURA COMO ESTILO DE VIDA

Convertida en viuda y figura internacional, Jackie volvió a transformarse. En 1968 se casó con Aristóteles Onassis, el magnate griego, y se reinventó por completo. Nació así “Jackie O.”: una mujer de mundo, de yates, de islas privadas y de vestidores colmados de alta costura.

Su entrada al mundo de la moda europea fue por la puerta grande: luciendo un vestido de Valentino para su boda civil. A partir de entonces, Jackie se volvió musa de diseñadores como Missoni, Pucci, Halston, Chanel y, por supuesto, Valentino. Usaba túnicas de lino blanco, caftanes bordados, pantalones palazzo y blusas de seda con escote barco. Nunca nada ceñido, nunca nada vulgar. Solo perfección relajada.

Fue también la era de los íconos: sus gafas gigantes —que la protegían de los paparazzi pero también la definían como figura—, los pañuelos de Hermès anudados al cuello o en la cabeza, los bolsos structured de Gucci, como el célebre modelo Constance que la casa italiana renombró The Jackie en su honor. Ese bolso, relanzado una y otra vez, se convirtió en el símbolo de una elegancia que sabía moverse entre la discreción y la autoridad.

LAS JOYAS DE UNA REINA SIN CORONA

Las joyas de Jackie fueron testigos silenciosos de su narrativa. Durante su matrimonio con Kennedy, recibió piezas de Tiffany con diseño Art Decó: brazaletes de platino con diamantes, pendientes de esmeralda y broches florales. Siempre las lucía con sobriedad, como si fueran una extensión más de su piel.

Con Onassis, sus joyas se volvieron más espectaculares: collares de rubíes, anillos de gran formato, un diamante Lesotho III de 40 quilates montado en un anillo, y pendientes que deslumbraban a la prensa europea. Pero jamás se excedió. Jackie sabía equilibrar una túnica blanca con un par de esmeraldas, o un vestido negro con un solo brazalete impactante. Su joyero era, como todo en ella, una lección de equilibrio y presencia.

EL LENGUAJE DEL PODER SILENCIOSO

Jackie dominó el arte de vestir como se domina un idioma: con fluidez, estrategia y encanto. Comprendía que la ropa no es solo ornamento, sino narrativa. Cada decisión estética tenía una intención: representar a un país, honrar una cultura, proteger su privacidad, o marcar un duelo sin palabras. Vestirse era su manera de posicionarse sin imponerse.

Su forma de caminar, de sentarse, de mirar, de elegir un color claro para una cena política o un conjunto marfil para una entrevista, no eran casualidades. Jackie fue una estratega absoluta de la imagen. No hacía ruido, pero todo el mundo la escuchaba. La moda fue su lenguaje de influencia silenciosa.

Como ingeniera en imagen pública, sostengo que pocas mujeres han entendido la imagen con tanta inteligencia emocional como Jackie Kennedy Onassis. No era moda. Era control, proyección, simbolismo y legado.

EL ADN DEL ESTILO: UN LEGADO INNEGABLE

Décadas después, la huella de Jackie es imposible de borrar. Su sombra estilística se proyecta sobre generaciones enteras. No es casual que su nuera, Carolyn Bessette Kennedy —a quien nunca llegó a conocer— adoptara un estilo casi calcado al de ella: líneas puras, siluetas minimalistas, el mismo amor por el negro, las gafas grandes y el cabello suelto. En cada imagen de Carolyn hay un eco contenido y silencioso de su célebre suegra.

Amal Clooney, Meghan Markle y la propia princesa Diana en sus años más refinados recurrieron con frecuencia a las claves visuales que Jackie instauró: vestidos columna, abrigos de un solo tono, zapatos clásicos, clutches discretos, y el uso magistral del blanco como símbolo de presencia. Incluso figuras contemporáneas como Letizia de España o Jill Biden han recurrido, en más de una ocasión, a ese manual invisible que Jackie dejó al mundo: cómo proyectar autoridad con gracia.

El Met Gala le ha rendido homenaje; la pasarela la reinventa cada temporada; los diseñadores siguen citándola como musa. Su imagen camina, silenciosa pero firme, en cada pasillo editorial, en cada look de alfombra roja, en cada gesto medido de una mujer que comprende que vestirse es también narrarse.

Jackie nos enseñó que el estilo verdadero no depende del guardarropa, sino de la conciencia con la que lo habitamos. Que una silueta puede convertirse en emblema, que una elección estética puede cruzar generaciones. Que la elegancia no está en la prenda, sino en la estrategia detrás de ella.

Jackie fue, es y será la personificación del arte de vestir el poder.

 

 

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