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Jack Schlossberg y la batalla por el legado Kennedy

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Es brillante, apuesto y con una conciencia política tan aguda como su apellido. Jack Schlossberg no solo es el único nieto de JFK: es la voz desafiante que ha decidido levantar el velo del mito familiar para defender, con palabras y convicción, lo que otros prefieren romantizar.

EL ÚLTIMO HIJO DEL MITO

Cuando John Fitzgerald Kennedy Jr. murió en un trágico accidente aéreo en 1999, parecía que con él se apagaba la última llama viva del mito americano por excelencia. Pero los linajes verdaderos no desaparecen: se transforman, a veces en silencio, a veces con furia. Veinticinco años después, mientras Hollywood prepara el estreno de una nueva serie sobre su vida y la de Carolyn Bessette –la esperada American Love Story de Ryan Murphy–, hay una voz que ha irrumpido con fuerza en el debate público. No es la de un crítico ni la de un historiador. Es la de un sobrino: Jack Schlossberg, el único nieto de JFK y Jackie Kennedy Onassis, el único hijo de Caroline Kennedy.

Tiene 31 años, una sonrisa con herencia genética, una mirada intensa que recuerda a la del tío más idealizado de América, y un aire que mezcla la arrogancia ilustrada de Harvard con el desencanto juvenil de la era post-redes sociales. Pero Jack no es un influencer de abolengo. Es un abogado, un escritor ocasional, un académico con títulos de Yale y Harvard, y sobre todo, un joven que ha decidido no quedarse callado frente al circo mediático que amenaza con trivializar la historia que él llama “familia”.

EDUCADO PARA LA DIGNIDAD

John Bouvier Kennedy Schlossberg nació en Nueva York el 19 de enero de 1993. Fue el niño que llegó tras el final de una era. El único nieto de un presidente que murió antes de cumplir los 47 años. El heredero silencioso del linaje de Jacqueline.

Es hijo de Caroline Kennedy y del diseñador, artista y escritor Edwin Schlossberg, con quien Caroline se casó en 1986. Aunque Jack lleva el apellido paterno, es el lado materno el que lo ha vinculado de forma directa con el destino histórico de su país. Sus padres siguen casados, pero siempre han mantenido un perfil bajo, lejos del ruido mediático. Jack tiene dos hermanas mayores: Rose, nacida en 1988, una escritora y comediante con inclinación por el humor político; y Tatiana, nacida en 1990, periodista ambiental que ha escrito para The New York Times y The Atlantic. Los tres fueron criados con una mezcla de discreción neoyorquina, rigor intelectual y una permanente conciencia del linaje que los precede.

Jack estudió en Brearley, luego en St. Albans y más tarde en Yale. Después, Harvard. Fue becario en el Departamento de Estado, trabajó en el Senado, colaboró en políticas públicas y acompañó a su madre cuando fue embajadora en Japón durante el gobierno de Obama. En cada paso ha demostrado que, más que heredar un apellido, desea merecerlo.

POLÍTICA, PARTIDO Y PASIÓN HEREDADA

Jack Schlossberg es, sin duda, el Kennedy más comprometido de su generación con la causa demócrata. Durante las elecciones presidenciales de 2020, fue una de las voces jóvenes más visibles en apoyo a Joe Biden y Kamala Harris, a quienes ha descrito como “la continuación de los valores que mi abuelo defendió”.

Con su estilo directo y sin filtros, ha usado sus redes sociales como trinchera política. Desde TikTok hasta Instagram, Jack combina ironía, referencias culturales y claridad moral para denunciar lo que considera amenazas a la democracia estadounidense. Donald Trump ha sido uno de sus blancos frecuentes: lo ha llamado “una vergüenza histórica” y “la antítesis de lo que representa el apellido Kennedy”.

En 2024, cuando la vicepresidenta Kamala Harris comenzó a posicionarse con fuerza dentro del partido como posible sucesora, Jack no sólo la apoyó públicamente, sino que participó en eventos juveniles de recaudación de fondos y diálogos comunitarios enfocados en clima, educación y acceso a la salud. En todos insistía en una misma idea: “El futuro del Partido Demócrata tiene que ser moralmente claro, con líderes preparados y con empatía. Kamala representa eso”.

Pero la ruptura más dolorosa ha sido con su propio tío, Robert F. Kennedy Jr., cuya campaña presidencial independiente y sus posturas conspirativas fueron públicamente denunciadas por Jack. Lo llamó “una amenaza pública” y “una distorsión del legado familiar”. Fue él quien impulsó a su madre a hablar por primera vez en contra de un miembro de su propia familia. En un video contundente, Caroline Kennedy sentenció: “Esto no es lo que representamos”. Detrás de esa cámara, estaba Jack.

EL FANTASMA DE JOHN Y LA SERIE DE RYAN MURPHY

El regreso mediático del nombre Kennedy Jr. no ha llegado por una biografía ni por un homenaje institucional, sino por una serie de televisión. American Love Story: JFK Jr. and Carolyn, escrita y producida por Ryan Murphy, es una dramatización ambiciosa sobre la historia de amor entre John F. Kennedy Jr. y Carolyn Bessette, probablemente la pareja más fotografiada, imitada e idealizada de los años noventa.

Protagonizada por Jacob Elordi como John y Chloë Sevigny como Carolyn, la serie recrea la sofisticación neoyorquina de aquella década con un estilo estético que alterna entre el cine independiente, el melodrama romántico y el comentario social. El guion explora desde su primer encuentro en Calvin Klein hasta la boda secreta en Cumberland Island, la presión de la prensa, las tensiones íntimas, las discusiones privadas y los últimos días antes del accidente. Se trata de una versión estilizada, emocional y cargada de nostalgia. Una carta de amor (y ambición) a la última gran historia de amor de Camelot. Para Jack Schlossberg, sin embargo, no es una carta de amor. Es una traición.

Desde sus redes sociales, calificó la producción como “exploitative trash”, y lanzó una crítica directa: “Mi tío y Carolyn fueron personas reales. No eran personajes para tu nostalgia kitsch. Eran amor. Eran familia.” Añadió: “Ya han sido idealizados y distorsionados por décadas. No necesitamos más mentiras bellamente producidas. Necesitamos verdad. Necesitamos respeto.”

Su indignación no es gratuita. Schlossberg no sólo los conoció: los lloró. Tenía seis años cuando ocurrió el accidente. Recuerda sus risas, su belleza real, la forma en que Carolyn lo hacía reír. Para él, esta serie no es un homenaje: es un secuestro emocional. Un intento más de apropiarse del dolor ajeno para alimentar la máquina mediática. Y en una época donde la historia se reescribe con filtros y marketing, Jack ha optado por levantar la voz. Porque no todo mito merece ser revivido. A veces, lo más valiente es dejar descansar a los muertos en paz.

EL BOICOT AL MET GALA: UNA NUEVA REBELIÓN KENNEDY

En abril de 2025, Schlossberg volvió a hacer titulares al convocar públicamente al boicot del Met Gala. El tono fue severo: “No es momento para una gala. El país está quebrado. Hay hambre, hay guerra, hay desesperación. No podemos vestirnos de arte mientras el mundo arde.” El mensaje se viralizó y fue leído por muchos como un ataque directo a Anna Wintour y al establishment de la moda.

Algunos medios insinuaron que Jack ni siquiera había sido invitado. Pero eso era lo de menos. Lo importante fue la postura. En paralelo a la gala, transmitió en vivo un foro con activistas y académicos sobre justicia económica y medioambiental. Para él, era más importante hablar de realidades que de temáticas estilizadas.

Una vez más, dejó claro que su apellido no es solo herencia: es un instrumento. Uno que, bien utilizado, puede incomodar, iluminar, protestar.

UN LEGADO EN MOVIMIENTO

Jack Schlossberg no quiere ser una estrella de Instagram. No está interesado en heredar Camelot. No quiere un documental, ni una serie, ni un podcast sobre su vida. Quiere hacer política, escribir, participar. Y lo está haciendo. Desde los salones de Harvard hasta los sets de televisión que cuestiona, su figura ya no es solo la del nieto de JFK. Es la del heredero con voz propia.

Con sus videos virales, sus textos incisivos y su inteligencia desafiante, ha logrado algo que parecía improbable: convertir el apellido Kennedy en algo vivo otra vez. Ya no como símbolo estático de una era que se fue, sino como una voz incómoda en medio del ruido.

Quizás lo más fascinante de Jack no sea su parecido con su tío John, ni su apellido tan cinematográfico, sino su negativa a convertirse en una postal. Su decisión de hablar, de contradecir, de no complacer. Porque en un mundo saturado de símbolos vacíos, él parece haber comprendido algo esencial: que el legado no es algo que se posee. Es algo que se honra. Y para honrarlo, a veces, hay que romper el silencio.

 

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