Una entrada marcada por bicicletas con canastas de palma sobre el patio de Rue Vivienne, flores campiranas y un enorme pañuelo de seda como techo. Así comenzó el primer desfile Ready-to-Wear de Michael Rider para Celine. Fue un regreso a casa en todos los sentidos. El diseñador, quien trabajó junto a Phoebe Philo en la Maison entre 2008 y 2017, volvió para conectar dos épocas: la sofisticación etérea de Philo, la irreverencia rockera de Hedi Slimane, y sus raíces estadounidenses con un acento francés.
Los asientos del venue formaban el íconico logo Triomphe, en donde los invitados que incluían celebridades, editores y musas de la casa, se sentía una narrativa curada: un tributo a la herencia y una apuesta por una elegancia más del día al día: effortless chic.
Desde el primer look, Rider presentó una dualidad magnética. Abrigos estructurados y acinturados con hombreras evocaban la era de Philo; t-shirts gráficas, pantalones skinny y bombers de piel en tributo a Slimane. El resultado fue una mezcla intuitiva que fluyó perfectamente: la silueta clásica se encontró con la vibra del college americano ochentero, versión actual.
Sedas estampadas, trench coats, piel, denim, palma combinados para hacer texturas clave. El layering fue meticuloso, pero relajado con camisas fajadas sólo de un lado, chamarras amarradas a la cintura. Todo tenía intención y todo tenía historia. Tonos neutros, beige, gris, negro, camel, sirvieron de lienzo para los pops de color precisos: rojo puro, azul eléctrico y verde.
“Levity and a sense of humor is sorely missed in fashion”, dijo Rider backstage. Su colección demostró que es posible vestirnos con intención sin caer en solemnidad. Los detalles lo contaban todo: charms de colores y de distintas formas, cinturones con hebillas vintage doradas oversized, collares apilados, lentes grandes, stacks de pulseras, estuches de AirPods como tesoros colgantes. Sin olvidar el regreso del icónico Luggage Phantom Tote, reinterpretado para esta nueva etapa.
Más allá de cada prenda, fue el styling que robó el show: el layering fue impecable. Knitwear, blazers negros, jeans parachute y trench coats convivían con naturalidad. El peinado y el maquillaje fueron naturales, piel fresca, texturas de pelo suelto y un casting con diversidad real, en la cual se vio una selección de modelos con personalidad propia. En los pies, zapatos de jazz en blanco y negro y botines con agujetas y calcetines blancos a la vista.
Utilidad y elegancia en diálogo constante
La propuesta de Michael Rider marca una era en donde la herencia convive con la utilidad, y donde el lujo se adapta sin perder la belleza de los detalles. Fue un desfile contenido y emocionante, con la dosis de nostalgia y deseo… effortless chic.
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