Cuando Brooke Shields interrumpió en público a Meghan Markle con una sola frase, dejó claro que no todas las conversaciones se toman tan en serio. En un escenario donde se esperaba solemnidad, respondió con ironía y mucha experiencia.
“Perdón… cuando yo tenía once años, interpretaba a una prostituta.”Con esa frase seca y llena de ironía, Brooke Shields interrumpió a Meghan Markle en plena conversación durante un seminario sobre mujeres y liderazgo, organizado por Katie Couric en el marco del SXSW 2024. La sala estalló en risas. Pero el momento no terminó ahí.
Días después, en el podcast An Unexpected Journey, conducido por India Hicks —aristócrata, diseñadora, y ahijada del rey Carlos III—, Brooke relató lo ocurrido. Con su característico aplomo, explicó que durante la charla, Meghan había comenzado a repetir su conocida anécdota: aquella vez, a los once años, en que escribió una carta a Procter & Gamble para que dejaran de decir que “las mujeres en América” lavaban los trastes, y cambiaran el mensaje por “las personas en América”.
“Es una historia que ya se ha contado muchas veces”, dijo Shields con cortesía, pero con claridad. “Me empezaba a sentir incómoda. Meghan seguía diciendo: ‘A los once años hice esto, a los once hice aquello’… y yo pensaba: ‘Otra vez no’. Así que la interrumpí: ‘Perdón… yo a los once interpretaba a una prostituta’”.
La frase, por supuesto, no era gratuita. Era una referencia directa y sin adornos a su polémico papel en Pretty Baby (1978), donde dio vida a Violet, una niña que crece en un burdel de Nueva Orleans y es sexualizada por el lente de Louis Malle. Brooke tenía once años.

DE LA ARISTOCRACIA EUROPEA A LA CRUDEZA DE HOLLYWOOD
Pocos recuerdan que Brooke Shields no solo fue la niña más famosa de su generación, sino también descendiente de la nobleza europea. Su abuela paterna fue la princesa italiana Marina Torlonia di Civitella-Cesi, miembro de una de las familias aristocráticas más antiguas de Roma. Su linaje incluye banqueros, mecenas, diplomáticos y conexiones con las casas reales de Italia y el Vaticano.
Sin embargo, esa herencia azul no la protegió del otro mundo al que pertenecía: el de Hollywood. Mientras otras niñas jugaban a ser actrices, Brooke posaba para campañas de Calvin Klein con apenas catorce años, respondía preguntas incómodas en entrevistas y se convertía, sin querer, en el símbolo de una infancia explotada por la industria del entretenimiento.
A diferencia de muchas celebridades de su generación, nunca trató de edulcorar su pasado. Lo enfrentó. Lo narró. Y aprendió a reírse de él. A los 60 años, Shields no necesita encajar en la narrativa del feminismo contemporáneo. Ya sobrevivió a una época donde el término ni siquiera se usaba. Y su mirada irónica sobre el activismo de salón no es cinismo: es sabiduría.
DOS VERSIONES DEL PODER FEMENINO
El contraste con Meghan Markle no es menor. Mientras la duquesa de Sussex ha construido su imagen pública sobre un discurso pulido de empoderamiento, logros personales y conciencia social —a veces repetitivo, a veces estratégicamente idealizado—, Brooke encarna una visión más desencantada y profunda. Una mujer que no necesita demostrar su fuerza a través de grandes gestos, porque su historia ya habla por sí sola.
Brooke no se burla de Meghan. Pero tampoco se somete a la reverencia. Con una sola frase logró iluminar lo que muchas mujeres sienten: que no toda historia femenina necesita ser convertida en un eslogan. Que hay heridas que no se visten de gala. Que también se puede ser feminista desde la ironía, desde la verdad cruda, desde la experiencia.
Y quizás por eso su frase fue eliminada del episodio. Porque no todas las verdades entran bien en un podcast cuidadosamente editado.