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Así es Graciela Iturbide

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En el marco del Premio Princesa de Asturias de las Artes 2025, sus hijos Manuel y Mauricio Rocha comparten el retrato más íntimo de la gran fotógrafa mexicana.

Por: María del Mar Barrientos 

Fotos Graciela Iturbide: Casa de México en España 

 Fotos Manuel y Mauricio Rocha: Iñaki Varela

“Así es Graciela Iturbide”, repiten, casi al unísono, sus hijos Manuel y Mauricio Rocha, desde el estudio su madre, ahora acreedora al Premio Princesa de Asturias 2025. Uno arquitecto, el otro artista y compositor. Ambos, profundamente marcados por la vida, la mirada y el espíritu libre de su madre. Hoy, mientras Graciela se prepara para recibir el Premio Princesa de Asturias de las Artes, uno de los reconocimientos más importantes del mundo cultural, sus hijos la evocan no como la leyenda, sino como la mujer que conocieron desde niños: una madre singular, una creadora sin máscaras con una personalidad inquebrantable.

Mi mamá nunca construyó un personaje. Nunca quiso ser famosa. Hizo lo que sintió, con honestidad, y eso fue lo que le dio un lugar en el mundo.” —Mauricio Rocha.

Graciela fue, desde siempre, una mujer que no encajó en moldes. “Era imposible que una mujer como ella pudiera ser contenida por el sistema tradicional”, dice Mauricio. “Pequeña de estatura, pero con una fuerza espiritual inmensa, se atrevió a ir sola a fotografiar al Istmo de Tehuantepec, a convivir con comunidades indígenas, a decir que no al poder. Siempre fue incorruptible”.

Para sus hijos, el poder nunca fue algo que Graciela buscara. Lo suyo era crear, observar, escuchar, contemplar. Y esa forma de estar en el mundo (profunda, reflexiva, ética) la convirtió, sin proponérselo, en una figura imprescindible del arte mexicano. “Ella nunca construyó un personaje. Nunca quiso ser famosa. Hizo lo que sintió, con honestidad, y eso fue lo que le dio un lugar en el mundo”, afirma Manuel.

Infancia entre libros, fotógrafos y libertad

La infancia de los Rocha Iturbide transcurrió en casas con jardines, escuelas liberales y mesas rodeadas de artistas. “Primero vivimos en Irrigación”, recuerda Manuel. “Era una casa dúplex, con vecinos y un jardincito. Ahí aún no era fotógrafa. Entró al CUEC en el 69, cuando yo tenía cinco años”. Ya desde entonces, Graciela comenzaba a romper estructuras: quería ser escritora, pero no la dejaron; se enamoró de la literatura del Siglo de Oro, admiraba a Sor Juana. Más tarde, encontró su camino en la imagen.

 La sobremesa con fotógrafos, cineastas y artistas fue nuestra verdadera escuela.” Manuel Rocha

El parteaguas llegó con Manuel Álvarez Bravo, quien no solo le enseñó fotografía, sino una forma de mirar la vida. “Y así empezó como su asistente. Se volvió su mentor, su guía”, relata Mauricio. Desde entonces, Graciela construyó su vida alrededor del arte, la ética y la introspección.

Sus hijos recuerdan cómo los llevaba de Irrigación a San Ángel cada mañana, a la escuela Cipatli, y luego se iba a trabajar con Álvarez Bravo, para regresar por ellos y después ir a sus clases del CUEC. “Era una mujer que se multiplicaba. Era mamá, artista, asistente, aprendiz…”, dice Manuel.

Una madre que educa con el ejemplo

Graciela nunca impuso límites creativos. Al contrario: fomentó la libertad como herramienta de formación. “Mientras mi papá decía ‘si empiezas algo, lo terminas’, mi mamá decía: ‘haz lo que quieras’. Esa fue la gran diferencia”, explica Manuel. “Gracias a ella soy compositor, artista plástico, performer… Ella me dio permiso de ser todo lo que quiero ser”.

Y no solo era su actitud. También su entorno inspiraba: “En nuestra adolescencia, la sobremesa era con Salgado, Koudelka, Ehrenberg. Aprendíamos escuchando a sus amigos, viendo libros, hablando de arte”, cuenta Manuel. “Esos momentos, más que la escuela, nos formaron”.

Graciela ve magia en todo: en una piedra, en una sombra, en un objeto del mercado. Su mirada está en lo invisible.” Manuel Rocha.

Esa formación también incluyó amor por lo cotidiano, por los objetos encontrados, por lo aparentemente insignificante. “Mi mamá tiene una sensibilidad para encontrar la magia en todo: un piso, una piedra, una sombra, un objeto del mercado”, dicen sus hijos. “Yo soy adicto a los mercados de pulgas por ella. Me enseñó que el arte está en todas partes”.

 

Contra el poder y la vanidad

Si algo ha definido a Graciela Iturbide es su negativa a venderse. “Es antitrepadora por naturaleza”, dice Manuel con orgullo. “Si alguna vez le pedías ayuda para que alguien te conectara, te mandaba a volar. Nos enseñó que las cosas se logran con trabajo, no con contactos”.

Esa postura se ha mantenido intacta incluso con los premios. “Cuando ganó el Hasselblad en 2008 no cambió en lo absoluto. Y ahora con el Princesa de Asturias, está feliz, pero sigue siendo la misma: piensa, reflexiona, se reinventa. No se sube a ningún ladrillo”, añade Mauricio.

Para nosotros, más que fotógrafa, es una artista total. Su obra no tiene etiquetas. Y ella nunca las ha querido.” Mauricio Rocha.

Aunque el mundo insista en clasificarla como “la fotógrafa de los indígenas”, Graciela rechaza cualquier encasillamiento. “No le gusta que le digan surrealista, ni que hablen de influencias como Duchamp. Ella hace lo que siente, sin necesidad de definiciones. Y para nosotros, más que fotógrafa, es una artista total”, coinciden.

Su obra —que ha transitado desde el retrato al objeto, del documental al simbolismo— es solo una extensión de su mirada interior. “La fotografía es un pretexto”, dice Mauricio. “Lo importante es su capacidad de observar, de escuchar, de pensar. Su universo interior es tan potente, que cualquier medio que hubiera elegido la habría llevado a lo mismo”.

Hoy, Graciela sigue activa. Se reinventa, crea, escucha, lee, camina. Y sus hijos la acompañan, en la vida y ahora también en el viaje a Oviedo para recibir el premio, con admiración. “Nos da mucho gusto este premio. Porque más allá del símbolo, visibiliza una obra profunda, ética, que nos hace mejores personas”, concluye Manuel.

Y sí: así es Graciela Iturbide. Madre, artista, mujer libre. La misma de siempre, aunque el mundo, por fin, la celebre como se merece

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