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Armando de la Garza: pintar como forma de existir

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Desde muy niño, Armando De La Garza supo que el arte lo acompañaría toda la vida. Su primer acercamiento fue al lado de su abuela, quien le enseñó a pintar al óleo en tardes largas llenas de colores, silencio y aprendizaje compartido. Años más tarde estudió arquitectura, pero la pintura siempre fue su refugio, su lenguaje y su propósito. Hoy, tras décadas de trabajo, desarrolla proyectos que entrelazan la tradición clásica con temáticas contemporáneas como la identidad, la vanidad o la saturación visual.

¿Recuerdas cuándo fue la primera vez que sentiste que querías dedicarte a la pintura?

Desde muy niño. Creo que casi desde que nací. Siempre estuve pegado a los lápices de colores, a los cuadernos para pintar. Lo que más me gustaba recibir de regalo eran cosas para dibujar. Empecé a pintar al óleo con mi abuela cuando tenía seis o siete años. Ella pintaba por gusto, y me enseñó muchísimo. Luego, con el tiempo, empecé a tomar clases con otra maestra, y desde ahí no he parado. Estudié arquitectura, pero todos mis ratos libres siempre fueron para pintar.

¿Cómo empieza una obra para ti? ¿Con una imagen, una emoción, una idea?

Trabajo por series, y cada una tiene su propio universo. En cada serie elijo una disciplina: puede ser pintura, escultura, arte objeto, instalación efímera. Pero todo empieza con una necesidad de decir algo. Esa inquietud madura en mi cabeza hasta que se forma una propuesta plástica y conceptual. Siempre hay un hilo conductor en mi trabajo: el arte clásico. El Renacimiento, los griegos, los romanos. Son mi punto de partida y mi mayor inspiración.

¿Cómo sabes cuándo una obra está terminada?

A nivel individual, cuesta trabajo. Uno siempre quiere seguirle. A veces termino una pieza y casi la escondo para no tocarla más. En las exposiciones me pasa que las veo colgadas y pienso que ahí le hubiera puesto esto o agregado algo. Pero en general, en las series, nunca está realmente terminado. Puedo seguir trabajando una misma serie durante años, y simplemente va mutando. Empieza en un tono, y luego se transforma en otra etapa con otro color, otra técnica, otro enfoque.

¿Cómo describirías tu estilo a alguien que no ha visto tus obras?

Es figurativo, sin duda. Y tiene una fuerte influencia clásica, aunque esté atravesado por temas contemporáneos. Tomo las pulsiones humanas, la vanidad, la identidad, la comunicación y las exploro desde un lugar visualmente clásico, pero temáticamente actual. A veces reproduzco obras clásicas, otras veces solo tomo el concepto y lo interpreto de forma personal.

¿Qué parte del proceso disfrutas más: crear, ver la obra terminada o la reacción del público?

Definitivamente el proceso de pintar. Estar solo, pintando, es casi un éxtasis. Aunque suene cliché, es un estado de paz total. Es mi mejor descanso. Claro, también hay frustración, sobre todo al principio de una obra. Ver cómo empieza algo que sabes que tomará cuatro o cinco meses, puede ser difícil. Pero hay algo mágico en esa última capa, esa luz final que hace que todo cobre vida.

¿Qué te ha enseñado la pintura sobre ti mismo?

Muchísimo. Me ha confrontado con mis demonios, con inseguridades que no sabía que tenía. Cada serie me enfrenta a algo diferente. La pintura me ha dado una sanidad emocional muy fuerte. Es una forma de procesar, de transformarme y también de comunicar cosas que no sabría decir de otra forma.

¿Qué te impulsa a seguir pintando en un mundo tan acelerado y saturado visualmente?

Creo que es mi naturaleza. Es lo que soy. Más allá de lo económico, más allá del éxito o el reconocimiento, pintar me da placer, calma, estructura. Nunca he sentido que me pesa. Al contrario, cuando todos se quejaban del encierro en la pandemia, yo decía: “qué rico, puedo seguir pintando”.

¿Nos puedes contar sobre tu proyecto actual, ‘Torre de Babel’?

Es una serie de cien retratos de perfil, todos en el mismo formato y alineados en una línea recta. Retomo el concepto bíblico de la Torre de Babel, pero lo traslado al presente: hoy la nueva torre es Instagram. Creemos que estamos comunicándonos más que nunca, pero en realidad nos estamos confundiendo más. Los retratos se miran, se dan la espalda, dialogan o se niegan. Es una crítica visual a la comunicación digital, al ego, a la vanidad. Ya la presenté parcialmente en una feria en Madrid, donde fue muy bien recibida. Ahora viene la exposición individual, también en la DDR gallery en Madrid.

¿Qué sientes en este punto de tu carrera?

Mucho orgullo y agradecimiento. También una validación importante. He pasado por muchas dudas, como todos los artistas. Estar en ferias internacionales, ganar premios, recibir invitaciones, todo eso te confirma que vas por el camino correcto. Pero nunca dejas de mirar hacia adelante. Siempre surge la siguiente meta.

¿Qué ha sido lo más bonito que te ha regalado la pintura?

El poder estar vivo emocionalmente. El canal de conexión con otras personas. Escuchar cómo mi obra toca a gente muy distinta, de distintos contextos, y ver cómo les mueve algo. Esa energía que fluye de una pieza a quien la observa es el mayor regalo que me ha dado el arte.

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