Desde su campus autosustentable en Austria hasta sus fórmulas veganas y frescas, la marca de skincare Ringana desafía las reglas de la industria cosmética apostando por la transparencia, la innovación y un compromiso radical con la sostenibilidad. En conversación con Patrick Sonnleitner, Director de Responsabilidad Social y Medioambiental, exploramos una empresa que piensa en ciclos, no en tendencias.

En un momento histórico en que la sostenibilidad ha pasado de ser un eslogan aspiracional a una exigencia ética, hay marcas que no solo adoptan la causa verde: la integran a su ADN. Ringana, empresa austríaca de cosmética natural, no busca “parecer” sostenible; busca serlo, incluso si eso implica nadar contracorriente en un sector dominado por la sobreproducción, el desperdicio y la opacidad.

Durante una visita a su campus en Hartberg, Austria, y en conversación con Patrick Sonnleitner, Director de Responsabilidad Social y Medioambiental de la empresa, fuimos testigos de cómo Ringana ha creado un modelo de negocio circular, en el que la sostenibilidad no es un departamento, sino una forma de vivir, de pensar y de producir.
“No hay un momento en que termines de ser sostenible”, dice Sonnleitner. “Siempre hay algo más que repensar, rehacer o reducir. Es un trabajo de cada día, en cada rincón de la empresa”.
Una filosofía que se convierte en estrategia
Fundada por Andreas Wilfinger y Ulla Wannemacher con la misión de crear productos verdaderamente puros y sostenibles, Ringana ha evolucionado de una pequeña iniciativa visionaria a una compañía con cientos de empleados distribuidos por Europa. El crecimiento, sin embargo, no ha comprometido sus ideales. Todo lo contrario: ha exigido convertir la filosofía en estrategia.

Hoy, Ringana cuenta con metas claras de corto y largo plazo, integradas en todos sus procesos: desde el diseño de empaques hasta los métodos de distribución y el modelo logístico basado en demanda. En lugar de producir en masa, Ringana fabrica en pequeños lotes y bajo pedido, reduciendo significativamente el desperdicio y asegurando la frescura de sus productos.
“Nuestra producción no se basa en stock”, explica Patrick. “Fabricamos lo que sabemos que vamos a vender. Esto va contra lo que enseñan en cualquier escuela de negocios, pero es la única forma de garantizar calidad y evitar que nada se desperdicie”.
Reutilizar antes que reciclar
Uno de los pilares más innovadores de Ringana es su sistema de reutilización de envases. En lugar de seguir el camino clásico del reciclaje —complejo, costoso y dependiente de sistemas estatales— la marca apuesta por una relación directa con sus consumidores: el usuario recibe su frasco, lo utiliza, lo limpia y lo devuelve. Ringana lo esteriliza, lo vuelve a llenar y lo pone nuevamente en circulación.
“Reutilizar es el círculo más pequeño, más eficaz”, señala Patrick. “Es una disciplina, claro, pero también es una forma simple de compartir responsabilidad con el consumidor. No necesitas sistemas gubernamentales ni grandes plantas, solo dos personas comprometidas”.
Este modelo exige empaques más resistentes —de vidrio, por ejemplo— que implican un mayor uso de recursos iniciales. Pero, en la medida en que los frascos circulan múltiples veces, el impacto se reduce drásticamente.
La sustentabilidad como arquitectura
El campus de Ringana no es solo un edificio: es una declaración de principios. Construido sin alterar el relieve natural del terreno, sus cinco niveles siguen la pendiente original de la zona, y su techo está cubierto con la misma vegetación que crecía allí antes de la construcción. La energía geotérmica, los paneles solares y un sistema de almacenamiento térmico con agua fría garantizan que el campus funcione con la menor cantidad posible de energía externa.

“Cuando no necesitamos la energía solar, la almacenamos enfriando agua a 4ºC”, explica Patrick. “Así evitamos usar baterías —que también tienen impacto ambiental— y trabajamos con el poder que la propia naturaleza nos ofrece”.
Además, todos los empleados cuentan con estaciones de carga para autos eléctricos, transporte sustentable, y comida vegana gratuita cocinada diariamente. Lo que en otras empresas sería un “beneficio”, en Ringana es parte de un ecosistema que busca alinear la ética corporativa con la vida diaria de cada colaborador.
Pero la visión sostenible de Ringana va más allá de sus productos o instalaciones. Uno de sus proyectos más ambiciosos es Wilderness for Future, una iniciativa para proteger la última selva virgen de Europa Central: un ecosistema intacto que ha sobrevivido gracias a su inaccesibilidad geográfica.
“No se puede llegar allí con facilidad. Por eso se ha conservado tan pura”, dice Patrick. “Nos asociamos con organizaciones locales para expandir la zona protegida, permitiendo que la naturaleza recupere hectáreas que antes eran usadas por el ser humano”.

Con esta iniciativa, Ringana no solo compensa parte de su huella ambiental, sino que invierte activamente en restauración ecológica, devolviendo a la tierra lo que se le ha quitado por siglos.
Una revolución silenciosa
En palabras de Patrick, ser sostenible no es sinónimo de austeridad ni de renuncia:
“Mucha gente cree que vivir sostenible es vivir encerrado, a 15 grados, sin televisión y comiendo pan y agua. No es así. Para nosotros, sostenibilidad es innovación, inclusión, calidad. Hacer lo mejor posible, no lo menos posible”.
Y es que, mientras otras marcas buscan ser “eco-friendly” para ganar mercado, Ringana rediseña el mercado desde sus cimientos. Desde el frasco que vuelve, hasta el trabajador que come saludable, el mensaje es claro: cuidar el planeta no es una opción de marketing, es una obligación moral.

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