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Chula The Clown y su homenaje al tiempo: “Julieta” y la belleza de envejecer

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FOTOS: EINAR GONZÁLEZ

Gaby Muñoz, mejor conocida como Chula The Clown, vuelve a pisar suelo mexicano con una obra que se siente como un susurro en medio del caos, como un abrazo que contiene una vida entera. Julieta, su más reciente creación, se presenta en el Teatro Milán como una oda al envejecimiento: ese proceso inevitable, silenciado y a menudo temido, que aquí se transforma en arte, en ritual, en homenaje.

“Me siento tan privilegiada de poderme presentar otra vez aquí… de disfrutar al público mexicano”, dice con una sonrisa que, como su personaje, transmite más de lo que las palabras pueden. Chula ha estado un mes en la Ciudad de México, una ciudad que describe como “súper intensa”, pero que también la abraza cada vez que regresa. En esta ocasión, regresa para rendir tributo no solo a su tía abuela Julieta —quien da nombre a la obra—, sino a todas aquellas vidas que han recorrido largos caminos y que merecen ser vistas con dignidad.

“La idea surge un poco en honor a mi tía abuela, que se llamaba Julieta. Y después realmente fue como un desdoblamiento también de mi propia perspectiva del envejecimiento: de redignificarlo o resignificarlo… de abrazar las cosas que sí son reales y oscuras, la soledad, la decadencia, todo eso también, pero sobre todo y más que nada es darle la vuelta y poder celebrar vidas completas”.

Con Julieta, Gaby construye un portal para que el espectador habite, por una hora, el universo de una mujer mayor que vive sola y que, sin palabras, nos invita a recorrer sus rutinas, sus objetos y su silencio. “La obra explora la adaptabilidad en habitar la soledad, los silencios… cómo las rutinas y las cositas que viven en la casa de Julieta cobran vida de alguna manera y la acompañan. Y al final es como los últimos escalones en su vida y cómo también uno decide, desde su autonomía, decir: ‘ya estoy lista’”.

En escena, no hay diálogos. Solo gestos, respiraciones, objetos y memoria. Lo que parece simple se vuelve profundamente conmovedor. “Lo que espero antes de entrar a escena es que el mensaje se integre en mí. Yo soy nada más un portador de un mensaje que quiero llevar. No tenerlo tan estructurado, no decir: ‘ahora voy a hacer esto y luego esto’, sino solo habitar mi presencia en frente de un público que también me va a guiar para decirme hacia dónde tengo que ir”.

La escenografía y el vestuario son piezas clave en esta construcción emocional. Diseñados por Rebecca Doranjegui y Gemma, quienes ya habían trabajado con Chula en Silence of Sound, el entorno que rodea a Julieta se transforma junto con ella. “Quiero que la escenografía me acompañe a contar esta historia. Cómo, con el paso del tiempo y de la edad, las cosas se van haciendo más pequeñitas… no únicamente uno, cuando va envejeciendo, que se va haciendo más chaparrito, más vulnerable, más frágil, sino que el espacio y el entorno que la rodea también se adapta y se modifica”.

Chula sabe que en las casas de las personas mayores todo cobra un valor distinto. “El teléfono de la abuela. Las fotos. El radio. Los colores. Los tapices. Esos objetos tienen una carga importantísima. En la escenografía, esos detalles construyen el mundo interno de Julieta. Y también el mío”.

Aunque vive en Helsinki, Finlandia, y encuentra paz en la soledad del bosque donde ha hecho su hogar, Chula reconoce que hay algo único en presentarse en México. “Creo que el público aquí es el mejor del mundo. Es súper generoso, cálido, se emociona, no le da miedo sentir. Puede llorar. Es un público muy vivo”.

Al preguntarle sobre las diferencias entre Julieta, Chula y Gaby, responde con honestidad: “Es difícil separarlas, porque sí vienen juntas. Son una parte intrínseca de quién soy. Pero a veces me confundo en saber cuándo soy quién… también es algo que he abrazado. Quizás no tengo que definirlo. Ni tengo que saber en qué momento estoy siendo quién. Simplemente hay una curiosidad o una manera de ver el mundo que lo hace, ya sea mi personaje o yo. O yo soy mi personaje. No sé”.

Más allá de lo escénico, Julieta es un acto de amor. Una ofrenda a lo que fuimos, a lo que somos y a lo que seremos. “Me encantaría que el público reconecte con sus seres queridos, que no dejen pasar el tiempo para decirle a la gente que la aman. Que reflexionen sobre cómo nos acercamos a los grupos vulnerables, a los ancianos. Que les demos ese espacio. Que no los infantilicemos. Que no les digamos: ‘a ver, camina para acá’. Que los escuchemos, que los integremos de una manera más humana”.

Durante una hora, el público no solo ve a Julieta. La siente. La reconoce. Porque todos, en algún momento, fuimos nietos, fuimos hijos, fuimos jóvenes. Y todos, si la vida lo permite, también seremos ella.

“La mayor satisfacción que me da hacer esta obra es poder ver a Julieta. Poder crearme como un portal para ver a Julieta y a mi papá durante una hora”, concluye.

En tiempos en los que la velocidad y la juventud se celebran por encima de todo, Julieta nos recuerda que hay belleza en lo que se desgasta, en lo que se arruga, en lo que se queda. Que hay poder en el silencio. Que envejecer también es un acto poético.

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