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Estée Lauder: El imperio de la belleza

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Con el reciente adiós a Leonard Lauder, el mundo de la cosmética mira hacia atrás para honrar una historia familiar que transformó la industria con elegancia, visión y legado. Desde los humildes orígenes de Estée hasta el brillo social de Aerin Lauder, esta es la historia del linaje que embotelló la sofisticación.

 

En una industria que vive del instante, donde las modas se desvanecen con la velocidad de un perfume en el aire, hay apellidos que resisten al tiempo. Lauder es uno de ellos. Esta primavera, el mundo de la belleza despide a Leonard A. Lauder, hijo mayor de la legendaria Estée, y el hombre que convirtió una línea artesanal de cremas en uno de los imperios cosméticos más influyentes del siglo XX. Con su partida, no sólo se cierra un capítulo en la historia de la empresa; se despide una época entera. Una que entendió la belleza como un gesto de ritual, de cuidado, de poder.

 

DE AMA DE CASA A ÍCONO MUNDIAL

Josephine Esther Mentzer, conocida para el mundo como Estée Lauder, nació en Queens en 1908, hija de inmigrantes judíos húngaros. Su historia no comenzó en una pasarela ni en un laboratorio suizo, sino en la trastienda de una ferretería familiar y en la cocina de su tío húngaro, un químico que elaboraba lociones y cremas. Fascinada por el arte de mezclar y perfumar, Estée absorbió cada fórmula, cada aroma, cada textura. Pero fue su ambición —implacable, elegante, educada— lo que la transformó de ama de casa en la mujer que cambiaría para siempre el lenguaje de la belleza.

 

Estée creía en el poder de la presentación. En los años treinta y cuarenta, cuando la cosmética era un lujo inaccesible o una herramienta médica, ella proponía otra narrativa: la belleza como autoafirmación, como experiencia emocional, como arte cotidiano. Tocaba la piel de las mujeres con sus propias manos, hablaba con ellas de tú a tú, creía que cada frasco debía parecer un tesoro. Y vendía con un estilo inolvidable: entregaba muestras, ofrecía obsequios con compra —una estrategia hoy estándar, pero revolucionaria entonces—, y enseñaba a cada clienta cómo aplicar los productos con dignidad y placer.

LA REVOLUCIÓN SILENCIOSA DE ESTÉE

El impacto de Estée Lauder en la historia de la cosmetología no fue únicamente empresarial: fue cultural, simbólico y profundamente femenino. Antes de ella, las marcas de belleza eran impersonales, distantes, casi médicas; ella propuso algo radicalmente distinto: acercarse a la mujer como aliada, no como espectadora. 

 

Estée fue la primera en concebir el regalo con compra —un gesto hoy común pero absolutamente innovador en su época— y entendió que las mujeres no solo querían comprar cosméticos, querían aprender a usarlos, sentirse escuchadas, mimadas, importantes. Rompió con la idea de que el perfume era un lujo ocasional que un hombre debía regalar, y con Youth Dew lo convirtió en un ritual diario, íntimo y poderoso. Fue también pionera en diseñar empaques que parecieran objetos de deseo: frascos como joyas, colores pensados para el placer visual, texturas que transformaran el cuidado de la piel en un acto de elegancia personal. Pero, sobre todo, cambió la narrativa de la mujer frente al espejo. La belleza, en su visión, no era vanidad: era una forma de dignidad. Estée no vendía productos, vendía confianza, convicción y una silenciosa promesa de que cada mujer, al tocarse el rostro, podía volver a empezar.

 

LEONARD LAUDER: EL ARQUITECTO DEL IMPERIO

Su hijo, Leonard Lauder, se unió a la empresa con disciplina, visión y sensibilidad. Llevó el apellido a la Bolsa en 1995, supervisó adquisiciones clave —MAC, Bobbi Brown, Tom Ford Beauty, Jo Malone, La Mer— y convirtió a Estée Lauder Companies en una multinacional con alma, presente en más de 150 países. Leonard fue también filántropo, coleccionista de arte y cronista del legado familiar. En su libro The Company I Keep rindió homenaje a su madre como fundadora, pero también como faro espiritual del negocio: “Ella no fundó una empresa. Fundó una forma de pensar.”

 

Leonard entendió que la herencia no debía congelarse, sino expandirse. Y así lo hizo, cultivando nuevas marcas, nuevos públicos y nuevos lenguajes, sin traicionar nunca el corazón emocional que definía a Estée Lauder: el cuidado, la cercanía, el glamour sin arrogancia.

 

UNA FAMILIA CON ROSTRO HUMANO

Si algo distingue a los Lauder de otras dinastías del lujo es su elegancia discreta y su profundidad humana. Evelyn Lauder, esposa de Leonard, fue la mente brillante y el corazón detrás de una de las campañas de salud más influyentes del mundo: en 1992 fundó la Breast Cancer Research Foundation y creó el hoy universal listón rosa, símbolo de la lucha contra el cáncer de mama. Gracias a su gestión, la BCRF ha recaudado más de 500 millones de dólares para investigación médica, tocando la vida de millones de mujeres en todo el mundo.

 

La filantropía no fue un apéndice decorativo en el universo Lauder: fue parte del ADN. Leonard apoyó museos, bibliotecas, hospitales, y dejó un legado cultural que trasciende la industria cosmética. William Lauder, actual presidente ejecutivo, ha sabido mantener a flote un imperio en tiempos digitales sin perder el norte: respeto por la tradición, mirada al futuro. Jane Lauder, bisnieta de Estée, dirige la innovación digital del grupo, transformando el lenguaje de la belleza para las nuevas generaciones.

AERIN LAUDER: HERENCIA CON LUZ PROPIA

Y entonces está Aerin Lauder, la nieta dorada, sobrina de Leonard, una especie de princesa moderna que transformó su legado en un universo propio. Fundadora de AERIN, su firma combina fragancias, decoración, moda y estilo de vida con un sello reconocible: flores blancas, lino dorado, marfil, luz mediterránea, elegancia effortless. Aerin es empresaria, editora, curadora, socialite de altos círculos y musa de su propio tiempo. Desde los Hamptons hasta París, representa una nueva generación de feminidad sofisticada, anclada en el legado de una abuela que embotelló la elegancia sin gritarla.

 

LA BELLEZA COMO HERENCIA EMOCIONAL

Más allá del marketing y las cifras, lo que Estée Lauder le dejó al mundo fue una forma de mirar la belleza: no como una máscara, sino como una declaración interior. Productos como Advanced Night Repair, Double Wear, Pleasures, Beautiful, no son solo fórmulas exitosas. Son rituales heredados. La marca está presente en los tocadores de tres generaciones, en los regalos de madre a hija, en los estuches que se abren con cuidado y amor. Es esa memoria sensorial —la crema exacta, el olor del perfume de mamá, la primera base bien aplicada— lo que hace de Lauder más que una empresa: un puente entre la estética y la emoción.

ESTÉE, SIEMPRE

Con el fallecimiento de Leonard Lauder a los 91 años, el mundo de la belleza se detiene a contemplar un espejo con historia. Un apellido que no solo embelleció el rostro de millones de mujeres, sino que dignificó la belleza como gesto de poder, cuidado y amor propio.

 

En cada gota de sérum, en cada frasco que se abre con esperanza, en cada mujer que se mira al espejo buscando la mejor versión de sí misma… Estée vive. Y mientras el mundo siga valorando la elegancia silenciosa, la gratitud con estilo, la belleza con propósito… Lauder no se irá.

 

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