Nuevo podio, nueva medalla y mismo mensaje; el clavadista sigue haciendo historia
Por: María del Mar Barrientos
Fotos: Israel Hernández
Styling: Rodrigo Alcántrara
Locación: Hotel Presidente Intercontinental

Hay momentos que transforman la historia. En el deporte, esos instantes suelen medirse en segundos, en movimientos casi invisibles que exigen una precisión perfecta y una voluntad inquebrantable. Pero hay saltos que no solo se ganan en el aire, sino en cada madrugada de entrenamiento, en cada lágrima de esfuerzo, en cada caída y en cada entrenamiento. Así ha sido la trayectoria de Osmar Olvera, el clavadista mexicano que no solo ha conquistado podios internacionales, sino el corazón de un país entero.
Osmar Olvera, más que un campeón mundial
A sus 20 años, Osmar no es únicamente un campeón mundial. Es un símbolo de lo posible, de que los sueños que nacen en una alberca pueden tocar el cielo. “Es algo que sin duda imaginé algún día en mi vida, y lograrlo ahora se siente tan bien que a veces siento que no es real”, confiesa con una sonrisa tímida, aún incrédulo ante su más reciente título como campeón del mundo.
Sus festejos espontáneos, sus palabras desde el trampolín y su energía desbordante han hecho eco más allá del deporte. “Si quisiera planearlo, no me saldría. Creo que eso es lo que lo hace especial, lo que lo hace bonito y por lo que a la gente le gustan esos festejos”, dice sobre esos momentos que se han vuelto virales y entrañables.
“A ese niño le diría que lo siga haciendo con esa pasión, con ese cariño que le tiene al deporte, y que no hay imposibles”.
Pero detrás de cada clavado hay una historia. Una que empieza con un niño que soñaba en grande. “A ese niño le diría que lo siga haciendo con esa pasión, con ese cariño que le tiene al deporte, y que no hay imposibles”, dice cuando se le pregunta qué le diría hoy al niño que fue. Y no exagera: su ascenso ha sido fruto de disciplina, visión y una determinación a prueba de todo.

“No tengan miedo de soñar, ni de fracasar. El qué dirán no importa. Lo que importa es lo que sientes, lo que haces, y que seas feliz con esa decisión”, dijo muy seguro, sabiendo que hoy representa la esperanza de miles de jóvenes mexicanos que ven en él una inspiración.
“No tengan miedo de soñar, ni de fracasar. El qué dirán no importa”.
No siempre fue fácil. Osmar ha tenido que enfrentar dudas, caídas y soledad. “El momento más duro fue la operación del hombro después de Tokio. Regresé con ganas de comerme el mundo, pero no se pudo. Aprendí mucho de ese proceso, de la resiliencia. Crecí bastante, tanto en lo personal como en lo deportivo”, cuenta. También recuerda con honestidad un episodio que casi lo aleja de su camino: “Cuando me fui solo a Guadalajara, hubo un mes en el que decía: ¿qué necesidad de estar lejos de mi familia? Me llegó ese pensamiento. Qué bueno que ese Osmar no se rindió”.

Hoy su rutina es la de un atleta de élite. Días que comienzan a las siete de la mañana y terminan entre las ocho y las nueve de la noche. “Entreno de seis a ocho horas diarias, con dieta muy balanceada y enfocada. Empiezo en gimnasio, paso a la alberca, después terapia si hace falta, como, descanso y regreso a entrenar. Es un estilo de vida, más que una rutina”, explica.
“Lo que importa es lo que sientes, lo que haces, y que seas feliz con esa decisión”.
El sostén emocional también ha sido clave en su desarrollo. “Trabajo con mi psicóloga desde hace más de siete años. Me conoce a la perfección. Puedes estar físicamente al cien, pero si no estás bien de la mente, no logras excelencia”, afirma. Y, por supuesto, el apoyo de su familia ha sido fundamental: “Mi mamá, mi papá y Ma Jin han sido claves. Ellos son los primeros que confiaron en mi. Son los que están en las buenas y en las malas, los que me llevan a entrenar, los que me acompañan siempre”.
Uno de los nombres que más repite con cariño es el de MaJin, su entrenadora. “Es muy estricta. Siempre quiere que todo salga excelente. Pero también es una gran persona, la considero una segunda mamá. Me jaló las orejas muchas veces en la alberca, pero también me abrazó muchas más”.
“Esto no termina aquí, hay que seguir”.
Sobre el fenómeno que vive en redes tras cada triunfo, confiesa entre risas: “Después de cada medalla, agarro el celular y tengo miles de mensajes. Es increíble, difícil contestar a todos, pero ahí voy poco a poco”.
Y aunque su presente está lleno de gloria, Osmar no se duerme en sus laureles. “Esto no termina aquí. Hay que seguir. Los chinos no se van a quedar con los brazos cruzados. Vamos a prepararnos más, enfocarnos en la meta final que son los Juegos Olímpicos”, asegura con convicción.

Más allá del oro
Osmar sabe que su voz tiene un peso que antes no imaginaba. “Desde París supe que con una medalla también viene una responsabilidad. Quieras o no, los niños te ven como un héroe, como un ejemplo. Tienes que tomar esa batuta para inspirar a todo un país”.
“Sueñen en grande. Atrévanse a empezar, aunque tengan miedo”.
Cuando se le pregunta qué les diría a esos jóvenes que dudan de sí mismos, que sienten que sus sueños están lejos, responde con la claridad de quien ha recorrido el camino: “Sueñen en grande. Atrévanse a empezar, aunque tengan miedo. El miedo a fallar está, pero fallar es parte de la vida. Y rodéense de gente que los quiera ver bien. De un buen equipo que tenga el mismo objetivo. Así llegarán más lejos y más fuerte”.
Osmar Olvera no solo ha cambiado su vida con sus saltos. Está cambiando la narrativa de lo que significa ser un atleta mexicano. Está inspirando a una generación entera a creer que el éxito no es un privilegio lejano, sino una posibilidad alcanzable cuando se tiene pasión, disciplina y corazón. México no solo celebra sus medallas: celebra al joven que se atrevió a soñar, y al campeón que ahora inspira a otros a volar.